En nuestra tierra los cambios no suelen llegar poco a poco. Pasamos del calor al frío en un santiamén sin apenas tiempo para adecuarnos a las sensaciones que de nuevo como parte de un ciclo que se repite y vuelve inundan nuestros días y llenan esa parte de la vida repleta de pequeños detalles. El otoño ya no es una promesa sino una realidad que serena y templada se instaló hace muy poco y, desde la mañana a la noche, nos obliga a levantar la mirada al cielo tratando de resolver si la compañía del paraguas será ese día un estorbo o un apreciado cómplice.

Sin otro aviso que el del calendario nos adentramos en las estaciones con la información que de la memoria llega y nos alerta de que habrá menos luz y bastante más viento.

Nosotros, habituados ya a un clima que casi agrede aceptamos con resignación lo que sabemos que se nos viene encima. No por casualidad somos en Aragón duros y directos, tanto frío y tanto calor, tanta lluvia y tanta sed, invitan a cualquiera a abreviar el rato.

EN TODO CASO, a pesar de ello, y tal vez también por ello, propongo sonreír al otoño. Sé que no es tarea fácil: a las seguras inclemencias del tiempo que nos va a tocar soportar se suman los rigores y asperezas que la política y su melliza la economía nos deparan. (Me permito un paréntesis: decía Charles Swinburne que "el cuerpo y la mente son mellizos, y solo Dios sabe cuál es cual" supongo que el parentesco entre la política y la economía es más bien cosa del César aunque, tal y como está la cosa, no creo que a Dios le traiga sin cuidado).

En realidad lo que sugiero es la práctica del castizo consejo "al mal tiempo buena cara". En Aragón nos hemos hecho especialistas pues, dado el cariño que nos tiene el cierzo, o eso o nos queda otra que convertirnos en un entrecejo con la comisura de los labios declinada que huye de los demás y a los que los demás rehuyen. No pido que rían porque eso podría ser un exceso y, como tal, mal interpretado.

Y NO ES QUE las carcajadas sean mala cosa no: psiquiatras, pensadores y todos los demás sabemos que la risa, a borbotones como siempre llega, nos alegra la vida y, de paso, nos oxigena que buena falta nos hace.

Sin embargo, quizás la sonrisa sea, por ahora, más aconsejable. Menos bulliciosa y más prudente nos pemite seguir escuchando, atentos, lo que está pasando y lo que dicen los que --según ellos mismos dicen-- tienen algo muy importante que decirnos. (Disculpen la redundancia, la importancia de la ocasión la merecía). Parece, según la agenda augura, que no está previsto que el insistente "ruido de moscas", como lo llamaría Pascal, cese por fatigados que estemos de tanto batir de alas, sea cual sea el idioma cooficial del zumbido. Tantas voces sobrepuestas, tantas palabras apiladas persuaden de añadir más sonidos.

Al fin y al cabo, muda, la sonrisa, acaba notándose y cumple un importante papel: como la sal en la sopa, le da sentido a todo.

Profesora de Derecho.

Universidad de Zaragoza