Septiembre de 1960. John F. Kennedy y Richard Nixon se disputan las elecciones en Estados Unidos. Quienes lo escuchan por la radio dan como ganador del debate a Nixon; pero para quienes lo ven por la tele el indiscutible triunfador es el candidato demócrata, que a la postre sería elegido presidente del país. JFK no convenció con razones a los votantes, los sedujo con su imagen y su cuidadosa puesta en escena. Aquel día cambió la forma de hacer política (y también de hacer televisión).

Nos hemos acostumbrado a ver a los dirigentes sonreír, incluso de modo forzado, para transmitir seguridad en sí mismos y confianza, y evitar los semblantes serios que puedan interpretarse como desconcierto o expresión de dudas. Hoy, sin embargo, internet y las redes sociales han revolucionado el concepto de lo visual. El planeta vive sacudido por los efectos virales. Un joven parado que se quemó a sí mismo como protesta por la falta de oportunidades fue el detonante de una revuelta en Túnez en el 2010. Ahora celebran su primera Constitución democrática, que garantiza la igualdad para hombres y mujeres, y la libertad de conciencia y culto.

Cualquier pequeño gesto puede ir más allá de lo simbólico. Un camarero londinense se dio a conocer al ejercer el derecho al arresto ciudadano sobre Tony Blair por crímenes de guerra, pero la querella de un solo socio ha provocado la dimisión del presidente del Barça. Y al triunfo de Gamonal le ha seguido el de la Marea Blanca en Madrid, que ha paralizado la privatización sanitaria. Han sido los tribunales, sí, pero también la calle, donde el uso imaginativo (no frívolo) de escenificaciones y flashmobs, en los que cada uno se siente importante para el colectivo, se ha convertido en un movimiento ciudadano transversal, sin líderes claros pero con sólidos argumentos.

Es evidente. En la nueva era de la red cualquier cosa puede suceder. Es difícil ser optimista (26% de paro, uno de cada tres niños españoles está en riesgo de pobreza o exclusión...), pero el futuro, por momentos, se abre y deja ver alternativas. Ahora solo queda que los políticos asuman que solo su sonrisa no nos lleva a ninguna parte. No tiene gracia. Periodista