Si hace unos meses me hubiesen preguntado con qué político español me gustaría ir a cenar, hubiese respondido sin titubear que con Soraya Sáenz de Santamaría. Si me hubiesen preguntado con qué político extranjero, hubiese respondido, también sin el menor titubeo, que con Angela Merkel.

Jamás he entendido lo de la erótica del poder, pero sí comprendo, comparto y sucumbo con facilidad a la erótica del poder femenino. No a la del poder logrado gracias a un matrimonio ventajoso, a un físico agradecido (aunque reconozco que también eso tiene su mérito) o al hecho de haber nacido en el lugar adecuado. A la del poder puro y duro, el poder peleado con los hombres, cara a cara, en un mundo masculino, sin utilizar más armas que la inteligencia, la ambición, la disciplina, la valentía y la fuerza. (Creo que sin estas cualidades, lo más alto a lo que puede llegar una mujer en política es a gobernar una ciudad: por alguna razón en la mente de las personas dirigir una ciudad no es algo muy distinto a llevar una casa, un asunto esencialmente doméstico y por lo tanto femenino).

Me gusta que Soraya y Merkel no parezcan en absoluto coquetas. Me gusta que no intenten hacerse las simpáticas, ni defender causas esencialmente femeninas, me gusta que no nos cuenten su vida (hace tres días la exministra de Sanidad, Carmen Montón, en su primera aparición para justificar lo injustificable, ya nos tuvo que contar que estaba embarazada cuando hizo el máster), me gusta que no sean el resultado de ninguna cuota, me gusta que tengan pinta de poder empezar una guerra, y de ganarla.

Tal vez sean ellas las verdaderas feministas, tal vez estemos en deuda con ellas, tengan la ideología que tengan (yo soy de izquierdas, jamás he votado ni tengo intención de votar al PP) y a pesar de no compartirla. Creo que seguramente Margaret Thatcher hizo más por la causa de las mujeres que las que ahora se desgañitan tan a menudo y nos explican (como si fuésemos idiotas nacidos ayer) en qué consiste el feminismo.

Admiro a cualquier mujer que no haya utilizado nunca la excusa de la regla para justificar un arranque de mal humor (yo la utilizo dos o tres veces al día). Admiro a cualquier mujer que no utilice la seducción como instrumento de trabajo. Y en este momento más que nunca admiro a cualquier mujer que se considere la igual de los hombres, sin tener que dar explicaciones, sin declararse feminista, sin contarnos su vida y sus vicisitudes: simplemente tomando el poder, el que más importa, el político y el económico.

Así que, señora Sáenz de Santamaría, si algún día pasa por Barcelona y le apetece ir a tomar una copa, llámeme por favor, será todo un placer.

*Escritora