Decía Ortega que «sorprenderse es comenzar a entender». De ahí que uno de los animales consagrados a Minerva, diosa de la sabiduría, sea la lechuza, con esos grandes ojos que demuestran sorpresa. Cuando leí que «la fuerza electromagnética entre dos electrones es aproximadamente un millón de billones de billones de billones (un 1 con cuarenta y dos ceros detrás) de veces mayor que la fuerza gravitatoria», me quedé patidifuso. En términos políticos comprendí que el «magnetismo», en cualquiera de sus formas, atrae más que el simple peso. Lo que explica porqué no basta el poder para atraer al votante, si no se aplica un cierto magnetismo, o gracia personal, que es la que activa o facilita la decisión última del pueblo soberano.

Pero más asombrado me quedé cuando vimos en televisión que los chinos construían en diez días cada uno de los dos hospitales de 1.000 camas. Para que se hagan una idea, el hospital Miguel Servet de Zaragoza tiene 1.400 camas. ¿Será cierto que la magnífica relación del presidente Lambán con China, tiene que ver con la construcción de los hospitales de Alcañiz y de Teruel? ¿Lo que es posible en China, no lo es en el resto del mundo?

Y sin salir de mi asombro, me cuentan que en poco tiempo está previsto poner en marcha en la provincia de Teruel, 8.000 megavatios de energía renovable, con una inversión de más de 5.000 millones de euros. Dicho lo cual, se me ocurre pensar que a lo mejor es hora de volver a aplicar aquel «canon de la energía» de los tiempos de la Transición, que tan buenos beneficios reportó a nuestra provincia y especialmente a la Diputación. Suponiendo que fuera cierto que, el gobierno de España, esté interesado en salvar Teruel- expresión que también procede de aquel tiempo- y siempre y cuando no lo impidan las poderosas eléctricas.

Y voy de sorpresa en sorpresa. Este año, la producción de trufa negra de Teruel (tuber melanosporum), ha generado en el territorio una riqueza de similar cuantía a lo que supone el Fite cada año. Riqueza que sería mayor si los productores contaran con ayudas para mejorar el márketing y se aceptara que, por razones de autoestima, no es recomendable cambiar la denominación de la «trufa de Teruel». A nadie se le ocurriría, por ejemplo, llamar al vino del Somontano o de Cariñena, vino de Aragón, aunque de esta tierra son.

En palabras del director de la Plataforma Aeroportuaria de Teruel (Plata), esta deberá jugar en el futuro un papel muy importante, a la vista de que en los próximos 20 años en el mundo habrá que reciclar 12.000 grandes aeronaves construidas en los años 80. Ahí es nada. Contando con que Teruel pude tener capacidad para 500 plazas de párking aeronáutico, el aeropuerto de Mojave (USA) se nos va a quedar pequeño a los turolenses. A pesar de que, a juicio de algunos, cuando se empezó el proyecto no era más que una chatarrería. Los que eso afirmaron, es posible que ahora se estén sacando el título de piloto. Sorprendente.

Si leen el libro Los riegos de Aragón, del que es autor Juan Antonio Bolea Foradada, primer presidente de la DGA e ilustre aragonesista, comprobarán que, desde sus primeras páginas, aparecen notables referencias a fechas y hechos de los siglos XVIII y XIX, con alguna mención a Carlos I y anotaciones de siglos muy anteriores. Todo tiene que ver con la permanente aspiración de los aragoneses a convertir los secarrales en regadíos.

«Tozudez hidráulica», si me permiten la expresión, que justifica la importancia histórica del Pacto del Agua aprobado por unanimidad de las Cortes de Aragón el 30 de junio de 1992. Siglos tardó Aragón en conseguir un acuerdo de esta naturaleza, lográndolo en la etapa de nuestro autogobierno. Razones por las que creo que, cualquiera que haya sido el desarrollo de las obras previstas -siempre a destiempo- o los cambios de criterio que las nuevas tendencias impongan, o los avatares judiciales que nos amenacen, el Pacto debe ser tratado con cuidado, con mimo, sin ceder en las obras hasta que estas estén acabadas. Lo contrario sería un signo de debilidad que haría imposibles futuras aspiraciones. Búsquese, en todo caso, la unanimidad para futuros acuerdos y no demos nunca por supuesto que los aragoneses estamos dispuestos a modificar nuestras históricas aspiraciones con demasiada facilidad. Sería una sorpresa que los aragoneses rebláramos en asuntos del agua.

Aquí termino. El próximo domingo me voy a los medievales de Teruel; a revestirme del siglo XIII, aunque algunos puedan pensar que nunca salí de esa época. Les recomiendo que visiten Teruel, disfruten con las Bodas y procuren parecerse a Isabel o a Diego. Se sorprenderán.