El campo aragonés lleva tiempo viviendo incertidumbre y preocupación por los bajos precios en origen y una falta de relevo generacional que hace peligrar el futuro de pequeñas explotaciones. El campo vive su particular transición, muchas veces de forma desapercibida, en una época en la que se está concentrando la tierra en manos de grandes empresas o inclusos fondos de inversión y pierde peso el pequeño y mediano agricultor. En ese contexto, la estructura tradicional del campo aragonés sufre cada vez más amenazas en un mundo globalizado en el que la competencia de productos importados de países con una mano de obra más barata y con cultivo fuera de temporada dañan al producto autóctono y deja escasos beneficios al agricultor local.

Tanto las instituciones europeas como las nacionales deben tener muy en cuenta estos problemas y atender las reivindicaciones del campo, cuyo peso en la economía, aunque baja, sigue siendo importante en Aragón, donde muchas familias tienen en el campo su actividad principal. El Gobierno español debe intensificar su presión en Bruselas para controlar estos peligros y abordar un plan más ambicioso que permita ejercer esta actividad, darle herramientas para su integración en la economía digital y marcar una política de precios donde el productor reciba una cantidad digna por lo que cultiva.

Solo de esta manera será factible que el campo no se vuelva yermo y siga sosteniendo la economía de muchas familias que, además, podrán cumplir con la aplicación del salario mínimo interprofesional y acabar con cualquier atisbo de explotación laboral. Aunque en los últimos años se han hecho muchos esfuerzos por dignificar el trabajo en el campo, es preciso una mesa de diálogo entre los agentes implicados para que la aplicación de unas condiciones salariales justas no acaben en conflictos entre sindicatos y, lo más grave, entre los propios trabajadores.