En las elecciones presidenciales de EEUU del año 2000, el Tribunal Supremo, en manos de los conservadores, atribuyó la victoria en Florida, y con ella la presidencia, a George Bush, vista la dificultad de esclarecer el confuso recuento de votos. Cuatro años después, demócratas y republicanos han movilizado a miles de abogados ante la posibilidad de que un empate cerrado repita aquel bochornoso espectáculo.

En EEUU se echan de menos las garantías que ofrece el escrutinio manual de papeletas, bajo control público y pluripartidista, habitual en Europa. Porque el escándalo de Florida fue fruto, por una parte, de un sistema electoral complejo, pero también de la manipulación del censo para eliminar posibles votantes demócratas. En uno y otro caso no parece que haya mejorado la situación en los últimos tiempos. El expresidente Carter ya ha dado la alarma: no hay garantías de que el voto sea realmente representativo. Esta vez, la alerta entre los contrincantes quizá neutralice las manipulaciones más groseras. Pero, por esta misma razón, no se puede descartar que el resultado vuelva a dirimirse en una batalla legalista en los tribunales, ayudando muy poco a legitimar la imagen de la democracia de EEUU en el mundo.