El anuncio, ayer por parte de su hijo, de que la muerte de Adolfo Suárez era inminente desató un sinfín de declaraciones y de valoraciones políticas. Hasta en eso el primer presidente del Gobierno de la democracia ha sido singular. Antes incluso de que se produjera su muerte, su figura fue objeto de la atención que su vida y su obra merecían. En este caso, no ha habido excepciones. Los elogios a su trayectoria política y el cariño que su persona han suscitado en esta década que ha padecido la terrible enfermedad que ha destruido su memoria íhabía olvidado incluso que fue presidenteí son una muestra de la importancia capital del personaje.

Una vida política tan decisiva, pese a que no fue excesivamente larga, puede analizarse desde muchos ángulos y de ella pueden destacarse varias características. Pero si la hubiéramos de resumir en dos palabras, esas serían valentía y consenso. Suárez fue sobre todo un hombre valiente (audaz u osado también resumirían bien su carácter) y un político que buscó el consenso para ejecutar una de las operaciones más difíciles que se han llevado a cabo en la España contemporánea, la transición sin violencia de una dictadura a una democracia.

Suárez fue valiente para enfrentarse a los prohombres del régimen franquista del que procedía y convencerles de que debían hacerse el haraquiri para cerrar una etapa que tenía que acabar con la muerte de Franco y llevar a España hacia la democracia, aunque luego muchos de los exponentes del antiguo régimen no le siguieran. Suárez fue valiente al atreverse a legalizar en un Sábado Santo el Partido Comunista de España (PCE) frente a la opinión del Ejército porque sabía que sin la presencia en las elecciones del partido que más había luchado contra el franquismo la democracia no tendría legitimidad. Suárez fue valiente al dimitir de su cargo para salvar la democracia ("no quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España", dijo en su despedida), pese a las acusaciones de ambicioso y aferrado al poder que se le hacían. Suárez fue valiente al resistir, un mes después, sentado en su escaño del Congreso cuando se produjo el intento de golpe del 23-F. El paso de los años ha agrandado su figura política y humana hasta el punto de que su habilidad, su arrojo y su incesante búsqueda del acuerdo político se echan mucho de menos en estos momentos.