El problema más grave que tiene España es el paro. Un sistema económico que genera el 26% de paro y más del 50% entre los jóvenes, es señal inequívoca de un fracaso total. Supone un gran despilfarro, y por ello es irracional que haya hoy en España interminables listas de espera en los hospitales públicos con médicos desocupados. Este ejemplo es extrapolable a la educación, a la asistencia social, y a otros sectores de la economía. Significa un dramático sufrimiento humano, ya que el trabajo está vinculado con valores como la confianza en uno mismo, con la dignidad humana y el sentido de la vida. Y además su expansión masiva supone una grave amenaza para la democracia. Y a pesar de ello, se acepta, yo diría más, se incentiva por parte de las élites políticas y económicas con una mezcla de insolidaridad e imprudencia. Y en el máximo de la incongruencia, los gobiernos, empresarios y sindicatos nos dicen que su gran preocupación es generar empleo, afirmación muy discutible si proviene de los dos primeros.

Mas, tal como está estructurada la economía capitalista, la producción necesita cada vez menos mano de obra, por la implantación de las nuevas tecnologías y otras razones, proceso irreversible, que no solo no se va a detener, sino que irá a más en el futuro para incrementar la productividad y la competitividad. De no mediar algún giro radical en la organización de nuestro sistema económico, no resulta descabellado afirmar que la venta de la mercancía mano de obra, va a ser tan prometedora en este siglo XXI, como la de las plumas estilográficas. Esta es la realidad: la oferta de mano de obra superará con creces a la demanda. De aquí se derivan unas secuelas dramáticas para los trabajadores asalariados. Desde la implantación del capitalismo industrial, para la gran mayoría de la población la única opción para procurarse el sustento vital es el trabajo, y si este es cada vez más escaso, muchos quedarán en el desamparo, a no ser que desde el Estado o instituciones privadas acudan a socorrerlos. Otra cosa muy diferente sería si la menor demanda del trabajo se paliase reduciendo la jornada laboral y manteniendo los salarios, como hasta hace poco se pensó, idea que en estos momentos de vorágine neoliberal está totalmente descartada.

Esta nueva situación supone una ruptura con una tradición cultural del mundo occidental, muy influida por el cristianismo. Ya en la Biblia se indica: "Ganarás el pan con el sudor de tu frente", y san Pablo en la Segunda Carta a los Tesalonicenses: "El que no quiera trabajar que no coma". O lo que es lo mismo el trabajo es un deber. Pero en esa misma tradición es también un derecho. El artículo 21 de la Constitución francesa de 1793 especifica: "Las ayudas públicas son una deuda sagrada. La sociedad debe la subsistencia a los ciudadanos desgraciados, ya sea procurándoles trabajo, ya sea proporcionando los medios de existencia a lo que no estén en condiciones de trabajar". Según Johann Gottlieb Fichte, en su obra Fundamentos del Derecho Natural según los Principios de la Doctrina de la Ciencia, 1797: "Todos deben poder vivir de su trabajo. Poder vivir está, por tanto, condicionado por el trabajo, y no existirá tal derecho, si no se cumple esta condición". Y sin embargo, a muchos esta sociedad implacable les escupe en la cara "no comerás porque tu sudor es superfluo e invendible". Quienes no pueden vender su mano de obra son considerados como un excedente y se les manda al vertedero social. Además lo que no deja de ser perverso a todos estos excluidos se les obliga a asumir e interiorizar que son culpables de su situación, acusándoles de tener pretensiones excesivas, de falta de ganas de trabajar y de espíritu emprendedor, o de poca flexibilidad y cualificación. Su destino es el de servir de ejemplo aterrador, para que los que todavía tienen trabajo sigan luchando a muerte por los últimos puestos de trabajo.

Pero además esta desvalorización del factor trabajo supone que en su mayoría todos aquellos que acceden a un puesto de trabajo, tienen que sentirse afortunados, aunque sea muy precario. Este brutal sistema económico ha ganado la batalla. Ejemplos no faltan. Bill Clinton en 1998 dijo:"Cualquier trabajo es mejor que ninguno". El lema de una exposición de carteles de la Oficina Federal de Coordinación de las Iniciativas de parados de Alemania en 1998 era "Ningún trabajo es tan duro como ninguno". Poco ha, el portavoz de Hacienda del PP en las Cortes de Aragón, Jorge Garasa, reconocía muy positiva la emigración de nuestros jóvenes a Alemania para disfrutar de un contrato con un máximo de 450 euros, e, incluso el trabajar gratis como hicieron los norteamericanos por el cierre de la Administración en EEUU.

Señalaba al principio que las élites políticas y económicas expresaban su gran preocupación por generar empleo. Una falacia más. El paro no solo no les preocupa, les viene muy bien para seguir explotando a la clase obrera y destruir toda la legislación sociolaboral conseguida con grandes esfuerzos por los que nos han precedido. Ya lo dijo en 1944 el economista Kalecki en el artículo Aspectos políticos del pleno empleo: "En verdad, bajo un régimen de pleno empleo permanente, el despido dejaría de desempeñar su papel como medida disciplinaria. La posición social del jefe se minaría y la seguridad en sí misma y la conciencia de clase de la clase trabajadora aumentaría".

Profesor de instituto