El sello Navona, en su colección Ineludibles, acaba de tener la excelente idea de reeditar ¿Acaso no matan a los caballos? de Horace McCoy, con una cuidada traducción de Enrique de Hériz. Una lectura que muchos recordarán también por su versión cinematográfica, Danzad, danzad malditos, filmada bajo la cámara de Sidney Pollack. El argumento narra la historia de varias parejas que se apuntan a un maratón de baile, con idea de ganar los mil dólares de premio, sometiéndose a una prueba física y mental inhumana, a un patético calvario que acabará aflorando cuanto de egoísta, insolidario y perverso llevaban dentro. Novela metafórica del derrumbe de la prosperidad americana tras los felices años veinte, su lectura nos deja abocados a la visión de un ser humano tan rutinario y repetititivo como pertinaz en su error de base: competir en un juego absurdo cuyas normas vulneran la condición humana.

Ese baile de los malditos, zarabanda o macabra danza pública es la que se está gestionando en la Cataluña irredenta, con el último presidente de la Generalitat, Quim Torra, bailando al ritmo supremacista y xenófobo de un nuevo fascismo (según sus enemigos), mientras los constitucionalistas siguen meneando el esqueleto al más pausado ritmo de los boleros de la Transición. La pista de baile, bajo los focos de la atención mediática, está llena de concursantes que, al pairo de la música que toque la orquesta, y accionando cada vez más lentamente los pies, se mueven en solitario o en parejas, pieza tras pieza, legislatura tras legislatura, sin decidirse a cambiar las normas de su maratón político ni a tomar las riendas de la orquesta, bien para sustituir a los músicos, como querrían unos, bien para hacerlos callar, como desearían otros. Baila Aznar como antaño, le recuerda Pedro Sánchez, ese chotis chulapón que tan a gusto ensaya Albert Rivera por las praderas de San Isidro, llenas de majos, y solo falta Soraya para abrir en los salones de Barcelona el baile que le señale Rajoy, sin excluir del todo la sardana, en caso de que la paz vuelva a reinar en la comunidad catalana.

Danzas de locos, política irracional, triunfo de la intolerancia y la sinrazón, el laboratorio político catalán no deja de crear monstruos. Como aquellas patéticas parejas de baile de McCoy, seguirán danzando hasta caer por agotamiento, en busca de un utópico premio. Suena en Cataluña la música más triste.