A los dieciocho años se quebró mi escafoides (y mi carrera deportiva). Tuve que dejar de jugar a balonmano para siempre. Era portero, y muy bueno, por cierto (portero titular de la selección de Aragón, aunque está feo que lo diga yo). Nunca se me llegó a cerrar del todo la muñeca derecha; tuve una serie de problemas graves y se me prohibió, por mi seguridad, volver a jugar. Fue muy duro tener que dejar el balonmano, desde luego. A esas edades tan tempranas, las mayores satisfacciones me las daba el deporte. Qué subidón cada victoria, cada partido, cada parada… Y los compañeros formábamos una piña, un grupo maravilloso de amigos como solamente el deporte de equipo consigue a veces unir de por vida. Qué risas y qué grandes recuerdos atesoro con todos ellos. Y cómo les eché de menos al tener que dejarlo: Borraz, Casas, Celorrio, Equiza, Garrido, Garza, Gascón, Hermosilla, Serrano… Resulta paradójico que a los dieciocho años yo dejara el deporte, como si al hacerse uno adulto tuviera que dejar de jugar… Sin embargo, es curioso, en sueños sigo jugando. En el mundo onírico no he abandonado mi status de portero. Me protejo el escafoides con una muñequera milagrosa y sigo parando los lanzamientos sin problemas. Bueno, el miedo a que se me fracture la muñeca de nuevo está ahí, latente, nada escondido, pero las ganas de jugar parece que vencen a los problemas en el mundo de Morfeo. Pasan los años (ya tengo una edad), y sigo jugando con mis compañeros por placer, no por ganar títulos; eso ya pertenece al pasado glorioso. El juego es solamente un juego, como debe ser. Sí, ahora ya soy un veterano y me fallan un poco los reflejos, la verdad, pero sigo jugando (aunque solamente en sueños, ya digo) a balonmano.

*Escritor y cuentacuentos