Los sueños son los pensamientos que tenemos mientras dormimos. Sencillo pero cierto. Ya me disculparán que en un tema tan romántico me ponga científico. Pero no le demos más vueltas, pensamos incluso dormidos. La diferencia entre quienes tienen sueño y los que tienen un sueño no es una cuestión de cantidad. Nos llevaría a comparar a Martin Luther King con cualquiera de nosotros bostezando. Y no hay color. El sueño, en singular, hace referencia al proceso fisiológico que lo regula. Si utilizamos el plural hablamos de los contenidos de las ensoñaciones. Esas historias que podemos contar o no tras despertarnos, para deleite, curiosidad o vergüenza. Todas las personas necesitamos dormir.

Y si lo impedimos, el resultado es la muerte, tras pasar por una fase de alucinaciones similares a las de quien ha ingerido drogas o tiene un trastorno mental grave. El sueño sirve, fundamentalmente, para recuperarnos físicamente y para consolidar las experiencias y aprendizajes del día. Existen dos fases del sueño por las que todos pasamos. Una, en la que nuestro cuerpo está muy relajado y nuestra mente activa como si estuviera a pleno rendimiento. Se llama fase REM (del inglés, Rapid Eye Movements). Se caracteriza por algo tan curioso como que nuestros globos oculares giran rápidamente tras los párpados cerrados. ¿Se imaginan a todos los humanos del planeta ejerciendo de Marty Feldman en El jovencito Frankestein cada noche? Pues eso. Aquí es donde transcurren la mayoría de sueños.

La otra fase, denominada sueño de ondas lentas, se caracteriza por un mayor tono neuromuscular corporal pero una actividad mínima cerebral que emite dichas ondas. Todas las noches soñamos tres o cuatro veces durante esas etapas de sueño REM. Pero solo recordamos los sueños que hemos tenido tras despertamos al terminar estas fases. Sea en plena noche o al levantarnos. Las diferentes culturas han dado contenido mágico y premonitorio a los sueños. Pero fue Freud el que los elevó a materia de estudio con su obra La interpretación de los sueños. Lo hizo con buena literatura pero sin rigor científico, como se demostró después. Se caía así uno de los pilares del psicoanálisis que convirtió en una pseudociencia, propia de adivinos, el análisis de los sueños. A pesar de ello, buena parte de la población sigue creyendo que lo que sueña tiene que ver con el futuro o con oscuros inconscientes de su personalidad reprimida. Nada de eso.

Evidentemente cuando algo nos preocupa mucho no solo es que nos quite el sueño sino también la vigilia. Esos pensamientos rumiantes se reproducen durante la noche como lo hacen durante el día. Faltaría más.

La política debería ser el arte de hacer que los sueños, como pensamientos de una necesidad social, se hagan realidad. Hay más insomnio por la confrontación interna dentro de un partido que por buscar soluciones para la ciudadanía. Sospecho que hay pocos líderes que tomen tila ante el cambio climático, las guerras, las enfermedades, los refugiados y el hambre que siguen asolando el mundo. En cambio los sueños de grandeza muestran la pequeñez de la política cuando solo se vive del cartón piedra electoral. A Torra se le está quedando cara de Nerón cantando con su arpa The great pretender (El gran simulador) de los Platters, mientras incendia Cataluña con sus soflamas para ocultar su ineptitud. Se sueña a sí mismo cada noche en el papel de gran sedictor. Un protagonista mestizo que comparte las películas El gran seductor, de Woody Allen, con un Bogart que ejerce de Puigdemont y El gran dictador, de Chaplin, en donde juega pateando un globo con forma de Cataluña. Don Quim sueña con ser un Kim montado a caballo camino de Montserrat. Mientras, los demás asistimos atónitos y agotados a un debate en forma de pesadilla que se muerde la cola.

Esta semana vino Pablo Iglesias y ayer nos visitó Smith y Wesson, como se conoce a su lengua Vox, nueve milímetros para valium. El líder de los morados se puso en modo apocalíptico para profetizar un pacto entre Sánchez y Casado. Elogió a su disputado por Zaragoza, Echenique, de quien dijo podría ser ministro. Por la forma de moverse sobre el escenario, los asistentes soñaban que Chiquito de la morada en realidad le hacía «mi fistro». Si los sueños son pensamientos, conviene no confundirlos con deseos. Las epístolas de los Pablos a sus discípulos rebosan más fe que razón. Por muchas vueltas que le dé por las noches Echenique a sus fallidas negociaciones para llegar a la Moncloa, nadie se lo imagina de sonámbulo ministerial.

Ayer Smith se despachó a gusto. A los suyos les atrae la sangre y están vampirizando a Rivera. La carotenemia es un síntoma de anorexia. Y a don Albert se le está quedando color de zombi político. Por cierto, nadie entiende que con lo que les gustan los levantamientos a los de Abascal, justo ahora no apoyen el de Franco. Los sueños de la sinrazón alimentan los voxtezos del fascismo.

Todo esto son minucias. Lo que de verdad interesa lo han protagonizado hoy miles y miles de mujeres. La carrera solidaria para impulsar la investigación contra el cáncer de mama sí que importa. Eso debería ser política con mayúsculas. La inversión, la educación y la prevención frente al cáncer son valores concretos para soñar, pensar y desarrollar. El rosa debería ser el color del futuro para todos los partidos y gobiernos. Edith Piaf cantaba La vie en rose. Hoy, el rosa es la vida.

*Psicólogo y escritor