Mañana es un día perfecto para salir de casa, votar en tu colegio electoral —con cara de duda o de sonrisa— echarnos un vermut al solecito (espero) de las terrazas y comer en familia para hablar todos a la vez. Algo muy español y que, si es esporádico, sienta muy bien.

También es un día perfecto para que los candidatos no nos den la brasa con la campaña. Se acabó. Toca reflexionar. Ya llegará la noche con las pantallas ardiendo y vomitando cifras para ajustar el baile de escaños que gobernarán este país durante cuatro años.

Personalmente he pasado mucho de seguir la campaña por repetitiva, agresiva, llena de insultos, mentiras y descalificaciones al contrario. Sin ingenio ni cali-dad alguna. Por eso, los dos debates televisivos han centrado todo el interés y expectación. Por fin veíamos desnudos a los cuatro contrincantes frente a las cámaras. «Desnudos» metafóricamente hablando, claro.

¡Qué pena de debates, con lo que prometían, y en lo que se quedaron! Dos horas agotadoras, como cuando vas al cine a ver una película deseada y sales agotada, decepcionada y aburrida. Todos con su lección bien aprendida: soltaban los datos leídos no como líderes políticos que tienen que convencer a los oyentes, sino como quienes se están examinando de un temario para las oposiciones. Ninguno nos habló con el corazón y se olvidó de los papelitos o de los puñeteros gráficos (los odio). El que más se acercó fue Iglesias porque supo dirigirse al espectador. Hizo el papel de chico bueno, conciliador, y aparcó la arrogancia que le dio 5 millones de votos. Él sabrá por qué lo hace.

Sánchez estuvo flojo en los dos debates (más en el primero de RTVE que en el de Atresmedia, donde se espabiló un poco más). Era el enemigo a abatir por la pareja de chicos agresivos, agotadores en su verborrea y prepotentes sin sentido de Estado (Casado y Rivera). Estos dos últimos manifestaron nerviosismo y mala educación al interrumpir constantemente y enzarzarse en mentiras repetitivas (Venezuela, golpistas, terroristas). Y Sánchez, al que parecía que le habían dado un valium, aguantaba con estoicismo inadecuado para un debate de boxeo, que no de guante blanco. A veces es mejor no hacer caso al asesor de turno y sacar el genio y cortar al impertinente de turno. Muy al final del segundo debate se soltó, y ganó en credibilidad. Cuando dejó de leer todo «lo que hemos hecho en estos diez meses de Gobierno».

Un debate no es un espot publicitario para vender productos como hizo Rivera con sus eslóganes «Yo seré el presidente de los autónomos». «Yo seré el presidente de las familias». Le faltó decir que también será el presidente de su comunidad de vecinos. Como un niño agresivo sacando objetos de su caja de sorpresas resultaba patético. Los calmantes, en su caso, le vendrían mejor.

Los hombres desnudos no hablaron del cambio climático, apenas de la Cultura y se olvidaron de Europa. Pero los conocemos mejor tras los debates. Mañana elegimos y nos la jugamos. ¡Que los dioses repartan suerte!

*Periodista y escritora