Dice un amigo que no se explica como un deporte en el que los pies quedan comprimidos y doloridos por la presión de unas botas tipo astronauta, en el que los tozolonazos suelen ser de aúpa y en el que además se pasa frío, atrae tanto a la gente. Y después de la masiva concentración, con colapsos incluidos, registrada en las estaciones de esquí en los primeros días de enero. sólo comparable a la peregrinación de millones de fieles a la Meca. Aunque este amigo, exagere un poco, lo cierto es que el deporte del esquí, pese a los inconvenientes dificultades y costes, atrae cada vez a más aficionados. Es como una marea incesante, de humanos, disfrazados de vivos colores que, año tras año desembarca en las dunas blancas del Pirineo. Pero a esa marea hay que cuidar y respetar.

Con muy buen tino, este periódico informó con el rigor y la continuidad que se merecía la noticia, del desbarajuste que se produjo en el comienzo del nuevo año en las estaciones de esquí. Los miles y miles de esquiadores que acudieron a las instalaciones invernales, prometiéndoselas muy felices en el disfrute de esa magnífica nieve que se posa sobre Aragón, se dieron de bruces con una triste realidad y su ilusión se disolvió como un azucarillo en agua caliente. Del anhelo y las buenas expectativas, a la decepción y al cabreo.

En lugar de unas pistas paradisiacas para la práctica de su deporte favorito, los miles y miles de esquiadores, que con su presencia aportan a la economía regional un buen pellizco, se encontraron con un entorno colapsado de embotellamientos y caravanas kilométricas en las carreteras, de cruces desesperados de hasta tres horas en las poblaciones pirenaicas próximas a las estaciones, de falta de aparcamientos, de largas colas para poder sacar el forfait o para alquilar equipos y de insufribles filas para poder pillar un remonte.

La oferta de infraestructuras y servicios, con un deficiente asfaltado, por ejemplo, en las estrechas carreteras y con un lleno absoluto en todos los restaurantes lo que conllevó el riesgo de no poder comer ni cenar, no está a la altura de una demanda creciente. Las quejas y las reclamaciones formales de los potenciales usuarios de estos centros invernales han aflorado y no exentas de razón en muchos casos. ¿Le cabe a alguien en la cabeza que se vendan y se compren forfaits para no poder utilizarlos? ¿Tiene algún sentido pasarse la mañana y la tarde en la carretera para realizar tres descensos en cuatro horas? ¿No resulta disparatado tener que acercarse a las pistas de noche y ponerse ya en fila antes de las nueve de la mañana para poder esquiar? Surrealista se mire por donde se mire.

Todo este desbarajuste puede tener serias y negativas consecuencias en la imagen turística y en la economía de la comunidad. Más vale que no se eche en saco roto este monumental colapso y se empiecen a buscar pronto soluciones porque la gente es muy dada a los sofismas de generalización y a confundir, por desgracia, un puente con toda la temporada invernal. Aragón, con su turismo de invierno, tiene una hermosa gallina que da huevos de oro, pero para que siga aovando, las instituciones y las empresas deben asumir lo ocurrido, aceptar el instructivo toque de atención y empezar a trabajar para remediar lo que todavía es remediable.

Hay que buscar y sobre todo encontrar soluciones a corto, medio y largo plazo a los problemas detectados en las pistas de esquí y en su entorno en estos días navideños. Los empresarios ya hablan de crear circunvalaciones para evitar los embudos de las localidades próximas a las estaciones, de construir párkings subterráneos y más aparcamientos, de transportes alternativos, etc, etc. Todo ello pasa, como certeramente apunta Francisco Bono, presidente de Aramon, la empresa creada en Aragón para gestionar las estaciones de esquí aragonesas, por inversiones multimillonarias y por el diálogo urgente de todos los implicados en la solución de estas dificultades.

Este diálogo que exige Francisco Bono, que se supone habrá sufrido lo suyo durante estas interminables fiestas, debe tener como telón de fondo una planificación integral de reordenación de las estaciones que conjugue infraestructuras y servicios de la máxima calidad con el debido respeto y protección del medio ambiente. Sólo así se podrá dar respuesta a una demanda del turismo de nieve que crece día a día sin cesar y que, incluso, pese a las dificultades con las que se encuentra, no tiene visos de reducirse, sino más bien todo lo contrario.

Las soluciones a la carencia de infraestructuras y de servicios no son fáciles ni rápidas, pero es precisa una planificación a años vista que convierta la pasión por este deporte de invierno en un divertimento y no en el mayor de los sufrimientos y desesperaciones. La gran mayoría de los aficionados al esquí sólo puede disfrutar de su práctica en días señalados en los que se produce la gran concentración y ahí, en esa situación límite, es donde debe actuarse para facilitar la comodidad de los miles y miles y miles de usuarios.

Aramon, con apenas un año de existencia, tiene un gran reto por delante y el aviso de estas pasadas navidades no debe quedar en el olvido. Todos los implicados, instituciones públicas y organismos privados, deben aunar esfuerzos, imaginación, valentía y recursos para formular soluciones realistas. El turismo invernal está ahí, va a seguir creciendo y con esta realidad, bonita donde las haya, no se puede practicar la política del avestruz. ¡Feliz descenso, si es posible!