Tendría que estar escribiendo de la reunión de Quintos de Mora de este fin de semana, del ejercicio de poder sin fisuras en los nombramientos de delegados del Gobierno, pero mientras todo esto sucedía, en mi vida, como en la de tantos otros, las noticias eran otras. La lista de pérdidas que cada uno llevamos seguía creciendo con amigos y con desconocidos que aun así sentías cercanos. El fallecimiento repentino de una madre de la clase de mi hija, que deja huérfanas a dos niñas de nueve años, te vuelve a producir un 'shock', que no por conocido sigue impactando de manera brutal.

La explicación reiterada a un niño de la muerte y del sentimiento de abandono sin dulcificar aun cuando ves su piel de gallina es uno de los ejercicios de iniciación a la vida que no viene en un manual.

El domingo por la noche, mientras esperas que la radiografía tras la caída de tu madre diga las palabras mágicas, no hay rotura, llega la muerte del brillante columnista David Gistau, misma edad, misma preocupación por permanecer aquí al menos 20 años más mientras tus hijos puedan necesitarte y no fallar. Pero la vida, aunque nos olvidemos constantemente, no te deja elegir y a pesar de nuestros planes actuará a su libre albedrío, imposible de domar.

El empeño en seguir vivo para cuidar a nuestros hijos, no encuentro mayor motivación para levantarme cada día. El disfrute con los amigos y el activismo de la amabilidad son los mejores alicientes para mantener esta obstinación vital. Parte de la miseria es terminar el día viendo Gran Hermano, cotilleando la vida guionizada de otros, mejor editada y con más ritmo que la tuya. Dejar de pensar y de sentir porque a veces necesitas un poco de anestesia, de vacío cerebral para ponerte al día siguiente a escribir sobre la polarización política o el federalismo como si te fuera la vida en ello. Pero los que ya sabemos que no es así, vemos con distancia lo que nos quieren vender como sucesos históricos, y los acontecimientos interplanetarios nos despiertan una corta sonrisa.

Así que perdonen que les cuente mi vida, igual que la de tantos otros, a los que por momentos los comentarios sobre el vestuario campestre de los ministros o la última 'boutade' de Trump nos resultan irrelevantes. Por supervivencia, el drama dejará paso a la normalidad de nuevo, un poquito más dolidos y descreídos probablemente. Ante la inevitabilidad de la muerte, no olvidemos el cuidado y la mejora de la vida, no lo olvidemos nosotros ni los poderes públicos, es su mayor obligación.