Hace tiempo era bastante habitual que los taxistas llevasen sintonizada alguna emisora de derecha-derecha. Allí, comentaristas en la línea de Jiménez Losantos lanzaban soflamas ultra-super-neoliberales. Ya saben: menos Estado, mercado libre a tope, fuera impuestos, fuera funcionarios... y el que más pueda, capador. Un amigo mío, cuando estaba locuaz y veía al conductor entusiasmado con la homilía, solía meter baza y advertir que tanto librecambismo era absolutamente contrario a la propia naturaleza de un sector como el del taxi: contingentado, muy regulado, dependiente de normas y criterios institucionales... en fin, un servicio público en régimen de monopolio. «Si hemos de comulgar con el liberalismo extremo ---argumentaba---, ¿por qué no puedo yo coger mi coche, que cumple todos los requisitos, y salir a la calle a recoger viajeros ofreciendo precios más bajos o un servicio de mayor calidad?». Una vez el aludido nos bajó del coche y nos dejó en la acera. Por listos.

Conste que ahora los taxistas ya no se ajustan tanto al estereotipo de pocos años atrás. Lo que escuchan por la radio también ha variado. Pero lo que sí se les viene encima es una liberalización del sector, que más temprano que tarde se ha de convertir en hecho consumado. Tal desregulación es ardorosamente defendida por aquella derecha-derecha a la que solían votar quienes pensaban que lo del sálvese quién pueda no iba con ellos. Y ahora no pocos dueños de licencia de taxi se aproximan a Podemos en busca de protección y comprensión. Quieren control, tarifas, inspección policial, normas, sanciones... Estado.

Hablo de los taxistas (cuyos servicios utilizo con frecuencia), pero podría hacerlo refiriéndome a otros colectivos que han sostenido y sostienen aún posiciones ideológicas y políticas contrarias a sus propios intereses. El paradigma global son esos norteamericanos de clase trabajadora que han votado el climaticida Trump. Ahora, este les quitará los seguros médicos y las ayudas sociales, mientras baja los impuestos a los ricos. Así (de borde) es la vida.