La diferencia salarial entre hombres y mujeres es un hecho persistente y notorio, aunque difícil de detectar por las propias discriminadas. El sueldo que paga una empresa a cada trabajador es una información que circula entre ambos sin que puedan conocerla terceros que no estén involucrados de alguna forma en tal relación laboral. Las encuestas demuestran esta brecha. Hace años que, con datos en la mano, sabemos que aunque se nos valore como trabajadoras se nos paga menos que a ellos. Mi generación, que accedió al mundo laboral ya en un Estado de derecho igualitario, no imaginó nunca que se encontraría con esta realidad, que trabajando como un hombre, cobraría menos. Se ponen siempre excusas para justificarlo, la más habitual, la del coste de la maternidad, que parece ser un antojo de la mujer y no un bien para la sociedad. Pero, ¿cuántos hijos acabamos teniendo? Según las estadísticas, 1,3 de media. De modo que no se puede decir que nos pasemos el día reproduciéndonos y convirtiéndonos así en peores trabajadoras. No, no hay motivos objetivos que justifiquen la discriminación a este nivel, pero aún queda quien echa mano del casposo argumento de que un hombre tiene que mantener a su familia mientras que la mujer no sabemos a qué debe dedicar su salario. A peluquería y maquillaje, seguro. No, no nos pagan menos por ningún motivo lógico, lo hacen simplemente porque creen que podemos cobrar menos. Como pasa con un inmigrante. Ni los inmigrantes quieren recibir menos por el trabajo que hacen ni lo queremos las mujeres, pero la verdad estadística es difícil de determinar de forma particular. Solo el que paga puede saberlo. En Alemania van a permitir a las trabajadoras conocer el sueldo de sus colegas masculinos, mientras que en Islandia la nueva primera ministra ha ido más lejos y ha decidido prohibir por ley que los hombres cobren más por el mismo trabajo. Aquí seguiremos confiando en la buena voluntad del que paga.

*Escritora