El tacto es el sentido de la realidad pura y dura. La vista, en cambio, abarca más y aprieta menos: intuye acaso, pero sabe menos o sabe a poco . Es comer con los ojos. Sin besar ni morder, sin sentir o tastar: sin saber lo que se ofrece por experiencia. Si no lo veo no lo creo, es lo que se dice. Pero el que cree porque ha visto no conoce aún de la media la mitad. En la vida hay que aproximarse a la realidad con tacto y con tiento, con cuidado y respeto. Hay que saber guardar las distancias, y mirar con respeto siempre: sin manejar ni manosear a nadie. Y aproximarse, faltaría más. Dar una mano y coger la que nos dan. Comprenderse y abrazarse incluso, no solo con la mente sino con los dos brazos. Que lo uno no quita lo otro. Se abre la ventana y sale una mirada; pero eso no basta, hay que salir por la puerta para encontrar y comprender a los vecinos en realidad de verdad. Para vivir con los pies en tierra. Solo que las nuestras –las plantas de los pies, digo– no tienen raíces y más que estar aquí vivimos existiendo sin insistir o pararnos de fijo en ningún lugar.

Los aragoneses somos en general muy roceros, sobre todo en los pueblos donde la vida es más ecológica. Somos tocayos y vecinos, no estamos simplemente juntos sin ajuntarnos los unos a lo otros. Aunque no hay sobre la tierra una reserva de la naturaleza para los humanos, llamo ecológica a la vida cuando ésta se hace en compañía: cuando tiene su «lugar» en el mundo de la vida humana que es donde vivimos más que en el espacio puro y limpio donde pastan los animales. En esta situación o circunstancia –en el camino que llevamos juntos– podemos y debemos compartir el pan y la palabra, la compañía y la conversación.

Ese maldito bicho que nos alarma y nos mete en casa, no debería encerrarnos en la propia piel frente a todos los otros. Hay que cuidarse no solo pensando en uno mismo sino en todas y todos , ¡faltaría más! Pero no hagamos del coronavirus una corona de espinas, ni la pascua de la Pascua. Sino una ocasión para aprovechar el tiempo en favor de la convivencia. Que solo así vivimos y no estando solos. Y aunque todos morimos así no nacemos para eso, para morir solos, sino para comenzar a vivir en compañía. Que la vida es lo que hacemos juntos, y la muerte lo que nos pasa.

No hay yo sin tú, ni nosotros sin vosotros. Por cierto, en el cara a cara personal –hablando con otra persona– el género se relega y se dice lo mismo de quien habla y de quien escucha: tú y yo sin ningún problema, sea hombre o mujer. En cambio cuando el tema son otros y hablamos sobre ellos, se distingue siempre entre ellos y ellas como si fueran cosas y no personas. ¡Es en el encuentro personal donde más y mejor nos encontramos todas y todos como personas!

Por desgracia el coronavirus, esa peste, es algo más que una enfermedad física del cuerpo que nos mete en casa. Viene a ser en estos tiempos el diagnóstico y la queja –la pena– de una forma de vida decadente y decaída. Conectados con todo el mundo, enredados y enredando, ya hace años que hemos perdido el contacto y el trato personal con los vecinos. Vamos cada vez más deprisa, sobre ruedas o –peor– como balas y embalados. Esa conexión sin contacto, virtual y nada virtuosa, ese miedo que tenemos y nos meten, ese virus nos degrada y nos hunde, nos mortifica en vida y nos entierra antes de tiempo.

La vida no es tal –no es humana– sin convivencia. ¿Y que es el pan si no se comparte? ¿Una hostia acaso? Solo en el peor de los sentidos, hablando mal. Y una maldición cuando se dice: «con su pan se lo coma». Y la palabra, una estupidez. Onanismo puro y duro, una paja mental si nadie la comparte contigo y la comparte. La palabra cabal es el diálogo.

En realidad de verdad, lo realmente humano es lo que se toca y se comparte sin perder el respeto y el cuidado. Nada que ver con el abrazo del oso, ni con la actitud del individuo que se mete solo en casa sin cuidarse de nadie. Que eso es volver a la caverna de los salvajes o guarida de las fieras. Vivir humanamente es convivir con los humanos. Nada que ver o apenas –por casualidad– con bajar a la calle para pasear el perro. Si entonces encuentras a una persona y te paras a hablar con ella, esa es la bendita casualidad. La diferencia humana que nos distingue, la excepción. Lo que nos hace iguales en dignidad , y distintos de todos los animales y mascotas. Tocar con respeto y abrazar con cuidado a otras personas, ese trato es lo que nos humaniza. Sin eso, por mucho que digamos, siendo lo que somos llevamos una vida de perros. Y eso es todo lo que merecemos los tacaños en la reserva que dejamos de ser tocayos en ejercicio. H