Nadie es profeta en su tierra, se afirma aquí y allá; con pleno convencimiento, con toda razón o con escaso argumento. Es esta una sentencia de aplicación universal propensa al abuso, pero no suele carecer de cierta justificación. Y es que cuando se contempla la cuestión desde puntos suficientemente alejados de los grandes centros de poder e influencia, resulta fácil constatar que la migración de talentos hacia los emporios foráneos supone una sangría ineludible. Los hechos lo demuestran una y otra vez, también en nuestra comunidad; sea en el área científica, como la proliferación de trabajos en publicaciones de prestigio norteamericanas por parte de autores aquí casi desconocidos, sea en el campo de las artes y las letras, tal y como nos lo recordaban no ha mucho desde el Teatro de la Estación: «Todo lo que viene de fuera se valora mucho más que lo nuestro» o como pude escuchar hace tiempo a cierta eminencia: «Es como si en la tierra de ustedes el talento molestase». No parece que les falte razón, como queda reflejado por el triunfo que no tardan en alcanzar lejos de Aragón muchos de los creadores autóctonos que se han estimado poco apreciados antes del exilio. ¿Cómo combatir este imán centrípeto? Ignoro si tiene remedio, ni siquiera con la ayuda institucional, pues la resonancia local nunca podrá emular el eco de la Corte, ni el susurro suele devenir en rugido. Pero lo que sí sé es que lo de verdad importante es la fidelidad a nuestra vocación, la confianza en nosotros mismos; hacer justo aquello en lo que creemos pese a quien pese. Ahí es donde nace la fuerza para sortear los obstáculos más profundos; ahí es donde la tenacidad inagotable de la que presume la gente de esta tierra ha de saltar por encima del tópico para hacerse virtud. H *Escritora