Allá por mayo del 2001, los talibán (en árabe esta palabra es el plural de talib, es decir, «el estudiante») bombardearon y destruyeron dos estatuas de Buda de 37 y 55 metros labradas hace 1.500 años en un acantilado de piedra en Bamiyán, a 250 kilómetros al noroeste de Kabul, en Afganistán. Eran importantes iconos budistas en la Ruta de la Seda, la gran arteria comercial del mundo antiguo y medieval que puso en contacto Oriente y Occidente. Toda Europa protestó por semejante atentado contra el patrimonio mundial, la UNESCO elaboró informes para una posible reconstrucción y los talibán fueron calificados de bárbaros sin el menor respeto por el arte y la cultura. Esta misma semana un juzgado ha declarado absueltos a dos empresarios acusados por la Guardia Civil de atentar contra el patrimonio histórico por arrojar escombros sobre el yacimiento del Cabezo de las Minas, junto a Botorrita.

Una joya a conservar

Se trata de una más de la ristra de salvajadas sin cuento que se vienen haciendo desde hace más de cuatro décadas en uno de los yacimientos arqueológicos más importantes de Aragón y, desde luego, el que ha proporcionado hasta el momento la mayor cantidad de textos escritos en signario ibérico, en lengua celtibérica en este caso, de todo el mundo; sí, han leído bien, de todo el mundo. Se trata de los llamados bronces de Botorrita, que se hallan depositados en el Museo de Zaragoza y que son piezas extraordinarias de trascendencia universal (y no exagero un ápice). Quien esto firma excavó en el verano de 1976 en ese yacimiento, que en su día fue la ciudad celtíbera de Contrebia Belaiska, que acuñó moneda propia, tuvo un Senado privativo y acabó destruida durante las guerras civiles que Roma libró en Hispania por el control de la República.

En cualquier país medianamente consciente de su patrimonio, el yacimiento de Botorrita sería una joya a conservar con mimo, respeto y orgullo, pero aquí sufre un atentado tras otro y cuando se denuncia ante el juzgado semejante tropelía, su señoría se descuelga con una sentencia en la que concluye que no ha habido daños al mismo.

Por lo visto, volar con dinamita en la fase de construcción de la fábrica de materiales de construcción las casas celtibéricas, arrasar estratos con palas excavadoras y arrojar escombros sobre el yacimiento debe ser algo beneficioso para su conservación.

Algo así, supongo, debieron pensar los milicianos de Isis cuando volaron el arco de la avenida de columnas, el templo de Bel o el teatro romano en Palmira. Sin palabras.

*Escritor e historiador