Como el cambio de año ha sido tranquilo (o aburrido, como prefieran) he tenido tiempo de reflexionar sobre cómo vamos a afrontar este 2021. Y no sé si ganará el modo Tamara o el modo Kikorrín (o el hijo de la Pantoja , así bautizado, magistralmente, por Jiménez Losantos ). Ambos, en cierta forma, son dos caras de la misma moneda: son hijos de, viven de su imagen, chapotean en programas horribles, cuando les miras a los ojos no hay nada detrás… y los dos viven del cuento desde la cuna. Entre el uno y el otro, en el término medio, está el grueso de la sociedad. Veamos hacia dónde mirar. El enfoque, entonces, es estético. Tamara se ha echado un novio impresionante con pinta de vividor, que la hace levitar más que la religión, a la que tan afecta se declaraba. Su vida, ahora, discurre a lomos de un unicornio de crines plateadas mientras su instagram parece un anuncio de un mundo feliz. Nos da envidia. Yo creo que va hacia un futuro rumboso. Kikorrín, en cambio, no podía empezar peor: no se habla con su madre, sigue pareciendo lo que es, un pobre infeliz sin rumbo, y sus redes están llenas de faltas de ortografía. Nos da pena. Este va hacia el desastre de cabeza. Entonces, recapitulemos: cualquiera querría afrontar este 2021 en la piel de Tamara, cada día más mona, cada día más rica, cada día más marquesa. Eso sería lo ideal. Pero me temo, aunque me duela, que lo que nos espera es más Kiko Rivera: un precario equilibrio entre épocas de bonanza y de precariedad, pérdidas, tristeza, un mundo feo alrededor. Así que lo único que cabe desear, para mí y para todos, es que empecemos el año en modo Kiko y lo acabemos convertidos en Tamara. Mientras tanto, tengan cuidado ahí fuera.