El caso es que mientras empezaba el juicio a los dirigentes del procés catalán, otros tribunales emitían sentencia o se preparaban para hacerlo. Ya saben: la plana mayor de la que fuera Caixa Cataluña salió absuelta del presunto (y muy aparente) delito de administración desleal, porque se forró sin recato mientras la entidad se hundía. Ahí estaba el exministro sociata Narcís Serra, tan contento por haber salido de rositas (y con el riñón requetebién cubierto). Así cualquiera grita ¡viva España!

Al tiempo, en Zaragoza quedaba visto para sentencia el juicio por el también supuesto (y no menos evidente) saqueo de Plaza, la plataforma logística donde las obras costaban mucho más de lo presupuestado. Esta vista, por cierto, también quedó desarbolada y sumida en una surreal situación cuando gran parte de los acusados reconoció su culpa y pagó una parte de lo malbaratado...a cambio de no pisar (o pisar muy poco) el talego. Pero es que otros encartados, como el viceconsejero y exhombre fuerte del Marcelinato, Carlos Escó, y el famoso empresario Agapito Iglesias no han admitido nada y defendieron su total inocencia. Entonces... ¿cómo podrían ser inocentes si los otros son culpables? ¿O solo pasaban por allí? A ver de qué manera se las apaña el tribunal para fallar algo coherente.

España, Cataluña incluida, ha sido un extraño lugar donde todo el mundo que tenía alguna responsabilidad institucional o empresarial era culpable de algo salvo que pudiese demostrar su inocencia. Y aun así. De esta manera, los antipolíticos han podido generalizar a gusto, la vocación de servicio público ha quedado hundida en el barro y ahora, cuando en realidad parece haber remitido un tanto el tsunami de la corrupción, nadie que tenga algo de orgullo o una sensibilidad un poco tierna quiere acceder a cargo electo alguno. Porque sabe que, por muy honrado que sea, le dirán de todo, le acusarán de todo (para eso están las redes) y habrá de pasarse el día midiendo al milímetro sus actos o dando explicaciones.

Salvo que sea muy patriota.