Leo artículos y entrevistas, y salvo meritorias excepciones observo que los opinadores más alineados pueden tener razón... pero no toda la razón. Vamos, que ni España es un estado autoritario, tardofranquista y centralizado a lo bestia (de momento), ni tampoco una república modelo, federal y liberada de los resabios reaccionario-fascistas. Esto es mucho más complejo y entreverado.

Casi estoy de acuerdo a la vez con Muñoz Molina... y con Carlin (por citar dos autores cuyos recientes artículos en El País y The Times, respectivamente, resumen dos enfoques contrapuestos). Es verdad, como dice el primero, que España ya no es aquel país de élites despóticas, masas oprimidas, tricornios de plomo/charol y curas tronados. Eso forma parte de un imaginario que se disipó en los 80 (Constitución del 78 y primera victoria electoral del PSOE).

Tampoco es mentira, si nos atenemos a la visión del segundo opinador, que la derecha españolista y el Gobierno central han actuado en el caso de Cataluña con una escandalosa falta de tacto, manejando a su gusto la Constitución y la Ley, con el dogmatismo y la mano dura característicos de la democracia orgánica.

Ambos enfoques valen si se suman y complementan, pero no si tomamos cada uno de ellos por separado. España no es Francolandia, cierto. Pero es difícil explicarle a un extranjero bien informado por qué Franco es el único dictador de la hornada nazi-fascista cuyos restos reposan en un faraónico mausoleo construido en su día con mano de obra esclava. O por qué Rajoy manda a sus policías y fiscales contra los independentistas catalanes en vez de buscar una salida política.

Aunque, por otro lado, esos arrebatados independentistas están muy lejos de ser las víctimas de un régimen que impide su expresión política, el uso de su idioma y su autogobierno (al menos hasta que llegue el 155). Más bien ha sido, y aún es, todo lo contrario.

Lo increíble es que estamos saturados de análisis de parte. Incompletos, laterales, medioverdaderos, y por lo tanto... falsos.