Hay un fenómeno que sigue asombrándome. Seguro que a muchos de ustedes también. Se repite cada vez que una manifestación con cierto seguimiento recorre las calles del país. Ese fenómeno ocurre con todos los gobiernos, con todos los partidos políticos, y atenta contra el sentir de los asistentes, sean del color que sean. Ese fenómeno se llama baile de cifras. Y esa danza numérica ha vuelto esta semana a lo grande. El escenario, la Diada de Cataluña.

Es curioso analizar el color del cristal que han usado unos y otros para contabilizar a los asistentes a la V. La Guardia Urbana de Barcelona, ciudad gobernada por CiU, habla de 1.800.000 participantes. La Delegación del Gobierno, comandada por la popular María Llanos de Luna, lo cifra entre 470.000 y 520.000. El método de conteo es similar en ambos casos: tiran de imágenes aéreas para ver la relación entre el espacio que ocupan los manifestantes y el número de éstos por metro cuadrado. Una de dos, o el helicóptero de la Guardia Urbana se pasó de frenada, o las imágenes de la delegación de Gobierno no eran de esta manifestación. Es evidente que alguien ha guisado las cifras con su receta preferida, porque la diferencia de los números es abismal: ¡más de un millón de personas!. Y demos gracias a que no llovió en Barcelona. No quiero ni imaginar el recuento con paraguas de por medio.

Cambia la orquesta --los motivos de cada movilización--, pero cada uno sigue bailando como le interesa, como mejor le va, sin prestarle demasiada atención a la música que suena. Bueno, a veces, como en la manifestación de octubre de 2009 contra La Ley del Aborto de Zapatero, los bailarines se desajustan todavía más. José María Aznar, María Dolores de Cospedal y un sinfín de políticos salieron a las calles de Madrid para apoyar a los organizadores, entre los que estaba el Foro Español de la Familia. Para ellos fue el cénit de las movilizaciones: dos millones de personas sólo en la capital. A la Comunidad de Madrid, con Esperanza Aguirre al frente, le salieron 1,2 millones en la calculadora. Y a la delegación del Gobierno, en manos del PSOE, 250.000. Los datos chirrían. Se maquillan las letras de las canciones para que el acorde se ajuste al ritmo de quien así lo desea. Así ha ocurrido en todas las huelgas.

Pero esto no es un chotis, ni una sardana, ni una sevillana, ni cualquier otro baile made in Spain. Ocurre en todos los países, aunque los hay más descarados que otros. Hay un caso que sorprende: el de la huelga general que sacudió Argentina hace apenas 15 días. Sindicatos y oposición aseguran que el 80% de los trabajadores se adherió a ese paro. Pero el gobierno de Cristina Fernández insiste en que ese 80% es la cifra de los que no lo secundaron. Es materialmente imposible. Ni Gardel habría podido dominar ese tango de cifras.