Se abrió la calle don Jaime I de Zaragoza en su nueva versión, y todo fue miel sobre hojuelas. El desconcierto quizás de algún conductor y poco más. La pacificación define una nueva situación que será mejor para los vecinos, los comerciantes y los viandantes. Como pasó en Delicias, Alfonso I y el mismo paseo de la Independencia. Como está pasando en Madrid con las restricciones al tráfico en su área central. Como ocurre en todas las grandes ciudades de Europa y el mundo, donde la peatonalización, el control del ruido y de la contaminación atmosférica, la creación de nuevos espacios de convivencia y la preeminencia del transporte público (¡del tranvía en numerosísimas urbes!) son la norma.

Algún grupo municipal de la oposición ya admite que el modelo Don Jaime se extienda a otras calles de la capital aragonesa. Lo cual debería producir alguna reflexión sobre muchos de los barullos políticos que soportamos: discusiones absurdas, debates irracionales o forzados por ridículos intereses políticos a corto plazo. Aún me acuerdo de los pollos que montó Aznar cuando se endurecieron las sanciones a los conductores con copas de más. O el cirio previo a la prohibición de fumar en los bares: que iba a ser la ruina de la hostelería y la causa de tremendos conflictos sociales. Ya lo ven.

Pasa lo mismo con el tema de los pactos para configurar gobiernos autónomos, municipales o el mismo Ejecutivo central. Hemos tenido a las derechas dando la vara al respecto. Hasta hoy. De repente, toda la retórica sobre el pacto entre perdedores, la lista más votada y todo lo demás se ha esfumado. Los del PP esperan que, como en Andalucía, las elecciones en mayo les libren del sorpasso (por parte de Cs... o de Vox), en cuyo caso, si las derechas suman más que las izquierdas, ellos aspirarán a gobernar aunque hayan perdido votantes y escaños o concejalías; sean los primeros, los segundos o los terceros. Elemental, ¿no?

Tienen razón: el que logra más apoyos manda. Años nos hemos pegado dándole vueltas a tal obviedad. Hasta que les ha cuadrado.