Reducir «en lo posible a cero» la inmigración ilegal a la Unión Europea. Esa es la intención de los ministros del Interior de Alemania, Austria e Italia, reunidos antes del Consejo de Ministros de Justicia e Interior comunitarios celebrada en Innsbruck. Se trata de «poner orden», afirmaron. De «enviar el mensaje claro de que en el futuro deberá ser imposible pisar suelo europeo». Sin duda, una notable exhibición de contundencia que topa con la tozudez de la realidad. No hay ultimátum que valga para la persona que está dispuesta a poner en riesgo su vida y, aún peor, la de sus hijos en un desesperado viaje para llegar a Europa. Basta contrastar la firmeza de los ministros Seehofer, Kicki y Salvini con los últimos datos de Médicos sin Fronteras: más de 600 inmigrantes han muerto en las últimas cuatro semanas en el Mediterráneo. Alemania, Austria e Italia saben que no es posible levantar un muro que aísle a Europa, pero sí lo es alzarlo entre los inmigrantes y la mirada del ciudadano europeo. La gesticulación de la mano dura alimenta la deshumanización de los inmigrantes, los culpabiliza de su huida y les condena, aún más, a la marginalidad. Una espiral que incrementa los conflictos sociales y, al fin, se traduce en más votos para la derecha más conservadora y la ultraderecha. Frente a la gesticulación de la mano dura se necesita desarrollar alternativas que aporten soluciones reales y dignas.