Como los amigos están también para cuando las cosas andan algo torcidas, Osama Bin Laden apareció la semana pasada en un vídeo, donde leía una carta dirigida al pueblo norteamericano. Así, a bote pronto, sus palabras iban dirigidas contra Bush. Sin embargo, no hay que descartar que su mensaje constituyera un aval sólido y contundente para la continuidad del candidato republicano. Mi amigo Angel, inasequible al desaliento, ha estado esperando hasta el último momento que la traca final de la campaña presidencial fuese la captura del líder de Al Qaeda, pero quizá se le escapó la posibilidad de que éste echase una mano a su presunto enemigo simplemente por mensajería.

Durante mucho tiempo hemos padecido el bombardeo mediático de la campaña presidencial norteamericana y ahora, por fin y por ventura, toca echar el cerrojo. Estornudan en Norteamérica y nos constipamos en todo el planeta. De ahí que el resultado, Bush o Kerry, que quizá, con permiso de las tradicionales irregularidades de las papeletas electorales en algunos Estados, ustedes ya conocen, no afecta sólo a la política exterior mundial, sino también a los rincones más personales de nuestros armarios roperos.

DE MOMENTO, Kerry no ha levantado precisamente pasiones en el mundo, pero muchos lo han visto como un mal menor. Imagino que en el Imperio romano los ligurios o los galos recibían con cierto escepticismo la noticia de un cambio de Emperador, pero seguramente no les resultaba indiferente que quien decidiese sus destinos fuese Calígula o Marco Aurelio. Ahora nos pasa lo mismo: Kerry ha sido una incógnita sobre la que proyectar los deseos de paz, concordia y desarrollo sostenible para todo el planeta. Bush, en cambio, a merced de los grupos e intereses más conservadores, se ha revelado como un individuo que pretende resolver los problemas mediante guerras preventivas y la ley de la fuerza. Vemos a Kerry e imploramos a la virgencita de turno que nos quedemos como estamos. Contemplamos a Bush y nos preguntamos si la ley de Murphy (todo puede empeorar) tendrá algún tope final y si, de acuerdo con el Principio de Peter , algún día tocará techo y alcanzará su máximo nivel de incompetencia.

HAN QUERIDO dividirnos el mundo en buenos y malos, a modo de cuento infantil de princesas y ogros. Es decir, nos han estado contando cuentos y más cuentos. Los españoles lo sabemos muy bien, pues lo hemos sufrido en nuestras propias carnes con Aznar, sobre todo en sus últimos cuatro años de mandato: trazó una raya, a lo Hernán Cortés, y quien se salía de sus esquemas maniqueos resultaba de inmediato antipatriota, medio terrorista y sospechoso de cometer no sé cuántas tropelías. Hace unos días, Aznar nos suministró otra de sus píldoras, cargada de bronca simpleza: o gana Bush o pierde Occidente frente al terrorismo internacional. Es decir, o gana Calígula o se hunde el Imperio romano.

Podríamos ahora jugar a demócratas formales y afirmar que todo ha estado en manos de los electores estadounidenses. Y, en cierto modo, así ha sido. No obstante, aunque la voz y el voto del norteamericano tienen su valor, también están condicionando sobremanera nuestros bolsillos, nuestro bienestar, nuestro derecho a vivir en paz, nuestros ideales y valores, y nuestra esperanza de que las cosas mejoren o al menos no empeoren en los cinco continentes, especialmente en los países menos desarrollados y/o cosidos por mil guerras, hambrunas y expolios.

J.J.C. Smart, desarrollando los planteamientos utilitaristas de Bentham y Stuart Mill, afirma que lo acertado o desacertado de una acción estriba básicamente en las consecuencias, buenas o malas, de esa acción. La principal consecuencia a tener en cuenta, según Smart, es comprobar hasta qué punto reduce el sufrimiento al mínimo y, sobre todo, aumenta la felicidad al máximo. Pues bien, una vez acabados los debates televisivos, los mítines, las gorritas, las pancartas y toda la parafernalia de la campaña presidencial norteamericana, juzguen ustedes si con la llegada del emperador electo, podemos confiar en que va a disminuir el sufrimiento en el mundo y a crecer el bienestar de todos cuantos en él sobrevivimos. Después, relájense, respiren hondo, den un paseo por algún parque cercano y convénzanse de la importancia de no perder la esperanza de que un día coincidirán las realidades y los sueños. Mientras tanto, si así lo desean, pueden aferrarse a cuanto representa y promete la nueva Constitución Europea, sobre la que decidiremos dentro de unos meses. Y queden también atentos a cuantos principios iluminadores nos lleguen de Georgetown.

*Profesor de Filosofía