En el 35º aniversario de la fecha distópica por antonomasia, podemos comprobar, no sin temor, que las predicciones recogidas en la gran obra 1984 (Orwell, George. 1949), a 50 años vista, se han quedado cortas. En realidad, más que predicciones fueron una advertencia, un desencanto del brigadista internacional contra la política de Stalin. La influencia de la obra fue tal que se acuñó el término orwelliano para definir una sociedad sojuzgada por la desinformación, la propaganda o la negación de la verdad. Algo que las nuevas tecnologías y las costumbres sociales contemporáneas han acentuado, actuando de catalizador para un 1984 en el siglo XXI y que, entre otros motivos, han contribuido a desprestigiar el periodismo.

Según un estudio del Pew Research Center, alrededor de un 60% de los usuarios de las redes sociales Twitter y Facebook usan estas como fuente de información. No hay duda de que estas redes, así como el sencillo acceso a las mismas y el extendido uso de las nuevas tecnologías, han propiciado que vivamos en una sociedad de la información, con el mayor intercambio y circulación de datos de la historia de la humanidad. Consumimos e intercambiamos más información que nunca en un estado de permanente inter-conexión. Ahora bien, ¿una mayor cantidad de información equivale a una gran calidad de la misma? En una entrevista, la doctora en Psicología y Directora del despacho Psicología y Género, Mariola Fernández, comenta que «nuestro cerebro está diseñado para procesar la información de forma rápida. Damos veracidad a contenidos que ni siquiera se han procesado». Generalizando, los contenidos consumidos en internet o a través de los teléfonos inteligentes, suelen ser cortos, breves y directos. No resulta extraño que en una era en la que estamos siendo continuamente bombardeados con notificaciones, sugerencias y consumismo, la gente sufra los rigores de las prisas por ir a trabajar, por recibir contestación de un mensaje o por publicar algo que acaba de ver… o de oír. No hay tiempo para comprobar la veracidad de aquello que se lee, por muy descabellado que sea. No son pocos los autores afines a grupos políticos que, sabedores de ello, lo usan como herramienta propagandística de manipulación y desprestigio. Tampoco escasean los receptores de información que no contrastan aquello que ven en la pantalla de sus móviles o leen en redes sociales, creyéndose lo que algunos mal llamados periodistas publican en este tiempo de posverdad. Cada vez menos gente invierte su tiempo en una lectura pausada en un soporte de papel o verifica lo que acaba de leer a través de contrastar varias fuentes. No hay un malgastar ni un segundo y cercionarse de la veracidad de algo implica perderse el siguiente enlace a consultar.

Una de las principales características de un periodista es no dar nada por sentado. Característica resumida en una máxima de difusa autoría: si tu madre dice que te quiere, ¡compruébalo! Dudar cuesta tiempo, al igual que recopilar datos, contrastar y verificar. Un buen periodista debe llevar a cabo una enorme tarea, cuyo principal compromiso es la verdad y en plazos cada vez más cortos. Los lectores no tienen tiempo que perder. Sin embargo, la espera merece la pena cuando se publica una noticia veraz. Un buen periodista, además, también trata de contagiar esa paciencia que emplea al redactar, para que el público no se quede con la primera noticia que recibe y le conviene, y que así invierta un poco más de tiempo delante de una pantalla mientras dice «infórmame bien, que tengo prisa».

*Periodista

Bibliografía:

S. Justel. (2015). La información gana terreno en Facebook y Twitter. 15/07/2015, de La Vanguardia. Sitio web:

https://www.lavanguardia.com/tecnologia/redes-sociales/20150715/54433924123/informacion-facebook-twitter.html Mariola Fernández. (2019). Te dejas engañar, aunque no seas consciente de ello. 01/03/2019, de Huffington Post. Sitio web:

https://www.huffingtonpost.es/2019/03/01/te-dejas-enganar-aunque-no-seas-consciente-de-ello_a_23681409/?utm_hp_ref=es-posverdad.