La interdependencia global, que se supone es la globalización, tiene intereses oscuros que son un obstáculo para conseguir un desarrollo positivo. Al margen de valoraciones hay algo que es irrefutable y es la brecha existente cada vez mayor entre pobres y ricos. Por lo que el balance general se puede medir por un falso progreso más material que humano, lamentablemente esa es la realidad.

Si pensábamos que de algo podría servir la globalización era para conseguir convenios internacionales que solucionasen problemas que nos atañeran a todos, como puede ser las consecuencias que se están produciendo con el cambio climático en nuestro planeta, estas consecuencias se conocen pero no interesa que se solucionen, lo pudimos comprobar en la estéril Cumbre del Clima (COP25) del pasado año. Lo mismo ocurre con la emigración, no hay un compromiso global que regule la estancia, la acogida y la integración; cada país va por libre, los hay que les abren las puertas pero luego los abandonan hacia la mendicidad, también los que les exigen condiciones imposibles de cumplir para permanecer en el país. El nuestro se luce todos los años cuando llega la época de la recogida de fruta, en algunos casos, estos emigrantes trabajan 10 y hasta 12 horas diarias con sueldos miserables y con una habitabilidad indigna, un oprobio para estas personas.

La globalización tiene influencia en muchas facetas de nuestras vidas, las comunicaciones, el comercio internacional de bienes y servicios y la proliferación de nuevos virus mortíferos, como el SARS y el covid-19 que, de manera sorpresiva, echan al traste las estructuras sociales a nivel mundial. Lo que pone los pelos de punta es el informe del Banco Mundial cuando dice que la actual paralización económica, comparativamente, es más compleja de solucionar que la del 2008 y que puede ser la peor recesión desde la Segunda Guerra Mundial al comprobar que, a la vez, tantas economías experimentan una disminución de la renta per cápita.

Llevamos muchos años en una deriva global y la cultura es un marcador visual, fiel reflejo de la sociedad en la que estamos inmersos. Cierto es que las comunicaciones han sido uno de los paradigmas que están ayudando a una socialización nueva a través de informaciones que podrían ser inaccesibles de otra manera, y eso es importante resaltarlo. Sin embargo el individuo ha ido perdiendo significación personal. Cada vez más se establecen modelos que como espíritus indolentes siguen el rastro sin aportar nada nuevo. Lo vemos en la música, en las artes plásticas, cuesta distinguir a un cantante por su individualidad artística, las estrellas marcan los ritmos, modifican personalidades. Los límites actuales de las diferentes manifestaciones artísticas, que siguen basándose en la historia del arte, son un tanto borrosos, tienden a unificar lo que conocemos como pintura, escultura, cine, danza; a priori no sería negativo si no fuera porque consiguen invalidar la singularidad, posicionándose en un pensamiento unidimensional a nivel internacional con fines más espurios que otra cosa. De alguna manera contribuyen a conseguir una sociedad absoluta. Si la cultura da sentido a nuestra existencia, el poder la suprime, obliga a no pensar para pensar por todos.