En nuestra cultura popular, los refranes, las frases hechas o modismos se usan habitualmente como recursos lingüísticos eficaces, pues, con pocas palabras, son capaces de transmitir conceptos o significados fáciles de entender. Tengo que reconocer que personalmente me gustan, son eminentemente pragmáticos y, a la hora de definir un hecho o pensamiento, lo hacen en términos muy elocuentes. Tienen la facultad de que perduran durante siglos con unas acepciones aplicables a cualquier tiempo. Son fórmulas que poseen una estructura semántica adaptable, por ello suelen pervivir como guiño de entendimiento. En estas fiestas navideñas hemos oído una frase que se repite todos los años el día de la tradicional lotería navideña, cuando alguien pregunta si te ha tocado algún premio, la respuesta es: no, salud que haya. Sin duda esta vez se ha dicho con una mayor valoración de lo que supone mantener la salud. La frase suele dar pie a conversar, a exponer opiniones personales sobre la situación de la crisis sanitaria, una manera de entablar diálogos terapéuticos por lo de: «Mal de muchos consuelo de tontos». Es evidente que lo peor que le puede pasar a un ser humano es perder la salud, aunque no seamos conscientes de ello, como se ha visto en aquellos ciudadanos que están menospreciando su significado. La salud puede mermar también solo parcialmente y este año, de manera generalizada, ha ocurrido, tener salud significa mantener un bienestar físico, mental y social óptimo, como dice la OMS.

Hace unos pocos años se publicó un ensayo sobre La tercera cultura -lo recordaba Antonio Muñoz Molina en sus conversaciones-, entonces se empezó a hablar de que las personas necesitábamos un conocimiento humanístico y científico para comprender el mundo, para conseguir un equilibrio porque, con uno solo de los dos, no podemos llegar a discernir las cuestiones que nos atañen. Esto es fundamental ahora mismo para la defensa de una racionalidad pública que nos ayude a entender, a juzgar y a distinguir. Saber lo que es cierto y lo que no es, para que no seamos los ecos de tantísimas falsas noticias de propagandas ideológicas, en concreto, para conseguir ser autónomos de pensamiento.

Es muy fácil que la sociedad, los ciudadanos se pierdan en situaciones, en exposiciones de líneas difusas, más si a quienes dirigen los gobiernos, les envuelve un halo de contradicciones, de desacuerdos y de pérdidas de memoria. Ahora, más que nunca, se hace necesario introducir esa tercera cultura de manera más persistente a través de debates entre humanistas y científicos, para que lleguen a la gente a través de la divulgación. Temas tan importantes como la educación, la sanidad y la economía se sostienen, actualmente, en la ambigüedad de ideologías y prejuicios. La racionalidad es el alma del pensamiento, pero ésta ha de estar basada en el conocimiento tanto humanista como científico, los apoyos que ofrecen los dos serán las bases para que nuestra civilización, no solo se sostenga sino que avance. Posiblemente sea la única manera que existe para conseguir que en situaciones de crisis, como la que estamos viviendo, la sociedad consiga un equilibrio sustancial. Evidencia científica e interpretación humanista, un tándem imprescindible.