Cómo viviremos en España sintiéndonos en el punto de mira del terrorismo global? En menos de un mes hemos sido golpeados dos veces por la más poderosa red mundial de terrorismo que conocemos y, aunque en el ataque al AVE se consiguió frustrar una nueva masacre, la sombra de la tragedia volvió a planear sobre nuestras cabezas.

Habíamos llegado ya, hasta cierto punto, a habituarnos al terrorismo de ETA, pero el terrorismo de Al Qaeda, global y omnipresente, ha irrumpido en nuestras vidas cogiéndonos desprevenidos y con las maletas hechas para salir de vacaciones con motivo de la Semana Santa.

La nueva situación queda bien reflejada en las declaraciones de un hombre que la semana pasada no pudo tomar el AVE en dirección a Sevilla y lamentaba: "No se puede vivir así, siempre con el miedo en el cuerpo".

Por su carácter global, esta nueva forma de terror puede hacernos sentir desbordados, empujados por vastas fuerzas que nos superan mientras vemos cómo Europa y otros países dirigen su mirada hacia nosotros como si se estuviera anticipando algo que también puede ocurrirles a ellos.

SE TRATA DE un terrorismo despiadado, dirigido a causar el mayor número de víctimas posible de forma indiscriminada, fría y cruel, en grado que hasta ahora desconocíamos.

Las víctimas quedan despersonalizadas, convertidas en una abstracción, como puede apreciarse en el comunicado de quienes se atribuyeron el atentado del pasado 11 de marzo: "Nosotros, las Brigadas de Abu Hafs Al Masri, no sentimos pena por los denominados civiles", dice el mensaje al referirse a las víctimas del atentado. Y añade: "Si está bien para vosotros matar a nuestros niños, mujeres, ancianos y jóvenes en Afganistán, Irak, Palestina y Cachemira, ¿por qué nos estaría vedado a nosotros matar a los vuestros?", preguntan.

En nuestra sociedad del bienestar, disfrutando de una elevada calidad de vida, no estamos preparados para el sufrimiento y el esfuerzo. Nuestro hedonismo, con el chip puesto en unas vacaciones que consideramos sagradas, contrasta con el sacrificio y los valores radicales de unos islamistas tal vez dispuestos a dar la vida por la causa que defienden.

Es relativamente fácil provocar el terror cuando éste se haya instalado en el subsuelo de nuestro espíritu. A veces nos visita cuando soñamos y también en nuestra vida cotidiana, cuando algún incidente despierta nuestros demonios interiores.

No resulta difícil amedrentar a un ser tan vulnerable como el ser humano, de naturaleza precaria desde el punto de vista existencial, inseguro y acechado por múltiples miedos (a enfermedades, infortunios, accidentes) y, sobre todo, amenazado por la muerte, cúmulo de todos nuestros miedos.

Los terroristas no son los únicos que saben utilizar el terror de la población para fines propios. Los gobernantes como George Bush también caen en la tentación de utilizar el miedo de la gente en su propio beneficio, apoyando en el miedo una política militarista, que promete seguridad frente al terror y no tiene escrúpulos en usarlo como un pretexto para remodelar el mapamundi a su capricho.

LLEVAMOS MAS de dos años obsesionados por la amenaza del terrorismo global, pero las respuestas que han dado los gobernantes han generado un efecto contrario al deseado pues repondiendo a los terroristas con las mismas armas, se ha disparado la espiral de la violencia. Según diagnósticos muy diversos, el mundo se encuentra en una situación de desestabilización, violencia e inseguridad notablemente mayor que con anterioridad al fatídico atentado del 11-S en Estados Unidos.

Se han sembrado vientos y ahora se recogen tempestades. No se puede continuar ocultando las raíces profundas del terrorismo y eludiendo toda responsabilidad o autocrítica acerca de ellas.

Después del 11-S se tuvo una oportunidad histórica de corregir viejas ofensas y humillaciones de Occidente hacia los países islámicos, en especial el flagrante caso de Palestina, pero una actitud orgullosa y prepotente dio al traste con toda esperanza de reconciliación y de creación de un mundo más justo. Las consecuencias de ello se están haciendo sentir estas últimas semanas y hemos visto cómo los norteamericanos, lejos de ser considerados libertadores por los iraquís, han llegado a ser linchados y mutilados, y sus cuerpos arrastrados por las calles de forma grotesca.

Los golpes nos han llegado también a nosotros y los terroristas que cometieron los atentados del pasado 11 de marzo en Madrid lo han relacionado con antiguos agravios, refiriéndose en su comunicado de reivindicación a "un ajuste de viejas cuentas con España, el cruzado y aliado de América en su guerra contra el Islam".

Un mundo sin terror sólo es esperable si somos capaces de rectificar los ejes que lo hacen chirriar. Sin justicia y dignidad para los países marginados por Occidente, de forma especial para los que forman parte del Islam, no hay paz ni seguridad posible.

Un mundo más justo será también un mundo más libre, donde la opresión no se halle institucionalizada y podamos dormir sin sobresaltos.

*Catedrático de Psicología Social