A medida que vamos conociendo detalles sobre los componentes de la célula terrorista que cometió los atentados de Barcelona y Cambrils se abre la necesidad de hacernos algunas preguntas incómodas. No estamos, como ha ocurrido en otros países europeos, ante un problema exterior sino ante un asunto interno. Se trata de jóvenes que han ido a nuestras escuelas, que teóricamente se han educado en nuestros valores y que en un momento determinado han abrazado la versión fanática de una religión que practicaban poco, en este caso el islam, y se han integrado en un grupo terrorista que les proporciona poco más que una franquicia y alguna pizca de formación. Hasta donde sabemos, ni siquiera han ido a Siria sino que les ha bastado el contacto con un imán radicalizado para abrazar una forma de violencia irracional contra la que es muy difícil luchara porque utiliza objetos de nuestra vida cotidiana, en este caso furgonetas y cuchillos, para segar la vida de personas inocentes.

Esta cruda realidad no puede llevarnos en ningún caso a la islamofobia. La barbarie no es patrimonio de ninguna religión ni de ninguna ideología, sino de mentes perversas que de manera enfermiza acaban con la vida de sus congéneres. Tampoco nos puede conducir a la frivolidad. Hablar de una supuesta voluntad del nacionalismo catalán de primar la inmigración magrebí por delante de la latinoamericana es no tener ni idea de los flujos migratorios y de las competencias de las diversas administraciones en su regulación. Es, sencillamente, un despropósito. Hay que tener la mente fría y buscar, en primer lugar, la complicidad de la propia comunidad musulmana en la lucha antiterrorista. Las condenas que ha emitido estos días debería ser un buen punto de partida. Y junto a ella es necesario luchar contra la penetración de determinadas corrientes del islam en Cataluña y en España. El salafismo llega en demasiadas ocasiones de la mano de países que son nuestros socios comerciales, como Arabia Saudí o Qatar, con los que mantenemos relaciones excesivamente cordiales. En este punto no nos debería temblar el pulso para primar a unas versiones del islam frente a otras y a unos imanes frente a otros. Muchas veces es mejor autorizar un oratorio de una modesta comunidad local que alentar la instalación de grandes mezquitas financiadas por los salafistas.