Estamos tan poco acostumbrados a que los políticos cumplan siquiera una mínima parte de sus promesas que el hecho de que Rodríguez Zapatero cumpla nos tiene como turulatos y carentes de reacción; tal es la sorpresa.

Prometió Zapatero en campaña electoral que sacaría a nuestros muchachos de Irak antes del verano, y se los trajo de la guerra perdida a los cuatro días de gobernar, dejándoles a Rumsfeld y a Bush un tomate cada vez más crudo, y erigiéndose, ante la comunidad internacional, como un joven y prometedor líder con criterios propios.

Prometió Zapatero, también en campaña, que derogaría el trasvase del Ebro, y lo ha hecho en un abrir y cerrar de ojos, por derecho, modificando la espúrea ley del Partido Popular y sacándole los colores a Matas por su ocultación o manipulación de los informes técnicos que dudaban o desaconsejaban abiertamente el expolio. Zapatero ha decidido conservar el río Ebro en su cauce natural, respetando las necesidades presentes y futuras de nuestra comunidad autónoma, y haciendo prevalecer nuestro desarrollo sobre la sed de rapiña de los tiburones financieros del Levante, y sus cómplices entre el partido conservador. Gracias a esa iniciativa parlamentaria y legal del nuevo gobierno, los defensores del trasvase (entre los cuales, tardía y lamentablemente, los dirigentes del PP-Aragón, que no han renunciado a esa reivindicación) han quedado fuera o al margen de la ley. La patética imagen de los presidentes valenciano y murciano, Camps y Valcárcel, acabará, también, volviéndose en contra de un PP que fue incapaz de diseñar alternativas a los problemas del abastecimiento hidráulico.

Prometió asimismo Zapatero trabajar en la línea de mejorar las comunicaciones de Teruel y no hace cuarenta y ocho horas que la ministra del ramo, Magdalena Alvarez, anunciaba la instalación de un corredor de alta velocidad entre Valencia y Bilbao. Una novedad ciertamente interesante que viene a romper el esquema radial del AVE y abre la puerta para explotar un pasillo de enormes expectativas económicas. Teruel y Zaragoza se beneficiarán de ese enlace en muy considerable medida, y de ahí la comprensible satisfacción del presidente aragonés, Marcelino Iglesias, quien, con una sutil mezcla de habilidad, ubicuidad y discreción, supo capitalizar el anuncio oficial de la línea.

Teruel, por tanto, quedará comunicada con Valencia, provincia con la que le une una antigua tradición, y múltiples intereses, y con Zaragoza, la capital que a veces le es amiga y a veces madrastra. Falta por rematar el enlace con Madrid, de carácter igualmente urgente, vital, desde todos los puntos de vista, para la imbricación de la provincia en las grandes redes del turismo rural, uno de los valores que la Toscana aragonesa, como denomina a algunos de los parajes turolenses Manuel Pizarro, está en capacidad de poner en valor.

Y faltan, no lo olvidemos, el corredor de alta velocidad Zaragoza-Huesca, los enlaces de la estación Zaragoza-Delicias (cuya imagen se está resistiendo por la tardanza en cerrar las rotondas), la parada del aeropuerto y la solución final de la red de cercanías. Hay que seguir trabajando.

*Escritor y periodista