Don Manuel Serrano Piqueras obtuvo el título de licenciado en Medicina y Cirugía en 1901 y unos años más tarde también alcanzó su doctorado con una tesis que titulaba El tabaco y el organismo. Fue leída y defendida por su autor en el Real Colegio de San Carlos madrileño, algunos años más tarde.

El doctor Piqueras, como sería conocido popularmente, jienense de nacimiento, ejerció previas oposicones en varios hospitales madrileños y pronto se persuadió de los estragos que generaba el tabaco, quizá también, porque había sido fumador habitual hasta los 30 años. Después de sufrir ciertos trastornos que le acercaron a la angina de pecho, comprendió que el tabaco le descomponía seriamente el organismo, convirtiéndose de tal manera en un enemigo implacable de semejante vicio, convencido de que no sería un hombre completo, hasta que lo superara.

Obsesionado con la cuestión, el doctor Piqueras creó en 1946, la Liga de No Fumadores de España, como parte de la Lucha Antitabáquica Mundial y sostuvo, cargado de razones como el tiempo demostraría, que «el vicio del cigarro», no debía haber sido nunca una costumbre tolerada y hasta bien recibida en los círculos sociales, como entonces sucedía, por lo que rechazarla y menos prohibirla, parecía misión imposible. ¿Cómo se tardó tanto en tomar conciencia de que el tabaco era una droga capaz de provocar alteraciones en el equilibrio psicofísico de quienes la consumían?

LEO TAMBIÉN que, en 1953, el doctor Piqueras publicó un libro que tituló Tabaquismo o peste azul a modo de compendio de lo que decía la ciencia de la época sobre la materia, con más de 400 páginas y un capítulo en el que especificaba las distintas modalidades del envenamiento ocasionado por el tabaco y en el que explicaba entre otras cuestiones, la intoxicación aguda y la crónica así como la influencia del tabaquismo en los aparatos digestivo, respiratorio, circulatorio, nervioso, urinario y genital, así como la herencia y la afección en los órganos de los sentidos. Todo ello, sin dejar de aludir también, a los intereses económicos creados, asimismo, por el tabaco.

Fue un hombre popular aunque, en ocasiones, rechazado y que tuvo cierto enfrentamiento con alguno de los catedráticos que juzgaron su tesis doctoral, acaso porque alguno de ellos era habitual del tabaco. Debía ser persona sencilla; él y sus colaboradores repartían prospectos por las calles de Madrid a los jóvenes que veían fumando, con unos versos algo ripiosos: «No fumes, joven querido / no fumes por tu salud/ pues si fumas la has perdido/ con alguna otra virtud...» y algunas otras rimas ocurrentes. Lo recuerdo bien porque a un conocido mío que iba fumando por la calle, le dieron el prospecto y él me lo enseñó riéndose sin darle importancia alguna.

Cuenta Borstin (Los descubridores) que dos soldados de Colón toparon con un grupo de indios taínos que portaban un largo cigarro encendido del que todos aspiraban por turno, nasalmente. Suponía Borstin, que ese pudo ser el primero de los encuentros de europeos con el tabaco, sin que ni Colón ni los suyos entendieran que aquella no era una droga perniciosa sino una simple costumbre primitiva. Lo demás vino luego.

Hace más de cien años que el doctor Piqueras y sus seguidores empezaron aquella lucha entre romántica y justa. No es la primera vez que aludo al doctor Serrano Piqueras y creo sinceramente, aunque acaso sea por ignorancia mía que luchador tan pertinaz bien merecería un recuerdo permanente.

Un amigo me pide que lo diga y dicho queda, aunque sirva de poco. Pero, repito, el doctor Piqueras merece un homenaje perenne, al menos mientras el fumar siga siendo una costumbre admitida socialmente. De las más de 4.000 sustancias químicas que los científicos encuentran en el humo de los cigarrillos, dicen los expertos, que 60 por los menos, son conocidos cancerígenos.

Pregunto: si cada año mueren en todo el mundo miles de millones debido al cáncer causado por el tabaco, ¿a qué esperamos?