Me llamo Roberto Malo y soy escritor. Y es algo vergonzoso, lamentable, pero no lo puedo evitar, no puedo dejar de escribir, de ninguna manera. Soy consciente de que supone una total pérdida de tiempo, de que se trata de algo estúpido y sin sentido, pero no puedo librarme, al menos todavía. Soy débil, muy débil, y vuelvo a mis papeles una y otra vez. Lo he intentado dejar, por supuesto, bien lo saben mis amigos y mi familia, pero siempre vuelvo a recaer sin remedio. Casi nadie lo entiende, ni yo mismo lo entiendo. ¿Por qué escribo? Por necesidad, sencillamente. Necesito hacerlo. Porque sí. Hay quien fuma y bebe y se mete toda clase de drogas; yo escribo. Algo, que no sabría definir con palabras, me impulsa a escribir. Mi cabeza, mis manos, mi corazón —sí, tengo corazón, aunque haya gente que crea que por mi conducta no pueda tenerlo—, todo mi cuerpo, en fin, me impulsa a escribir. Sin que me lo pidan, sin que me encarguen proyectos o propuestas. Y lo más estúpido: escribo... columnas. Sí, soy un columnista, un vulgar columnista. He intentado ser otras cosas, desde luego. He intentado conseguir trabajos serios, respetables, absorbentes a ser posible, a fin de que no me dejaran tiempo para descansar, para pensar, para escribir… Un desastre. Así ha sido mi vida. Un completo desastre por culpa de mi fatal afición y adicción a la escritura. Sin embargo, confío en que a partir de ahora, con este valiente paso que he dado al ingresar en «columnistas anónimos», salga adelante, por fin, con una nueva vida, más digna por lo menos.

*Escritor y cuentacuentos