En 1989 cayó el Muro de Berlín. Hace treinta años tuvimos hijos que ahora están en la treintena y ven alucinados cómo en este país (España) los muros todavía no caen. Celebramos estos días la caída de ese muro y del abrazo emocionante entre los alemanes del Este y del Oeste. Comenzó la reconstrucción de Europa.

Hoy lunes 11-N no sé todavía si vamos a celebrar algo que nos haga sentir emocionados con los resultados de esta cita electoral. Hay para todos los gustos, pero los muros del bloqueo siguen dentro de las urnas.

Con un frío helador en los sobres ya abiertos y el recuento echando chispas. Hemos votado a unos políticos que no se merecen a la gente que les vota. Ellos forman parte de ese muro que no hay forma humana de derribar.

La contienda electoral la han protagonizado políticos que son perfectos productos de laboratorio: van a lo suyo, a lo que están programados, practican la eliminación constante del riesgo. No emocionan. Ese es el problema; y por eso, por evitar el riesgo, ninguno se moja y ninguno sorprende.

Nosotros somos los verdaderos protagonistas de un día desapacible. Por allá arriba (en el cielo) les debíamos dar pena vernos salir de nuestras casas con las papeletas en la mano y el DNI en la boca soñando que nuestros favoritos ganen y empiecen a quitar ladrillos de una puta vez para sacar adelante a una sociedad harta, cansada y empobrecida.

Al final de la historia, y gracias de nuevo a los votos prestados, Pedro Sánchez resiste, Javier Lambán despliega su entusiasmo, y con razón. Cs desaparece en Aragón con toda su arrogancia hueca y aparece como por arte de magia Teruel Existe. Un ladrillo en el muro que promete sorpresas.