Hay gente especialista en nadar en todas las aguas, o en nadar y guardar la ropa, o en no mojarse nunca, en instalarse en una ambigüedad calculada con la que no se enfrentan a nadie. Siempre sospeché de aquellos de los que se dice, o presumen ellos mismos, que no tienen enemigos, o adversarios al menos. La experiencia me confirma en que cuando defiendes una causa que consideras justa lo haces frente a otros que son los aprovechaos que quieren beneficiarse de algo que funciona mal. No hablo de opinar diferente, faltaría más. Siempre hui del pensamiento único, de la militancia sorda y muda y por supuesto del fanatismo que cuando se da a la vez que la falta de formación y con déficits intelectuales, es explosivo. Hablo de los que nunca se comprometen con nada, de los que nunca defienden nada que les pueda suponer algún tipo de factura a pagar más adelante, de los que callan siendo cómplices de las injusticias. Hablo de los caciques de medio pelo que tratan de imponer el silencio a los tibios. Y también de los que afirmando que todo y todos y todas las opciones son pésimas se liberan a sí mismos de asumir posiciones compartidas.

Estos últimos son los tibios exquisitos que claman contra el hambre en el mundo o el calentamiento global y en cuanto pueden se convierten en míseros señores feudales con los que tienen alrededor, sin mojarse en nada salvo en la defensas de sus propios intereses egoístas. Y no me vale eso de subirse a cualquier barco si me da de comer. En fin, desconfío ya de tanta llamada a la unidad, cuando esta se sabe imposible y me apunto a pedir cuentas y responsabilidades a quien las tiene. Nada de tibiezas, las cosas claras y cada cual con sus responsabilidades. «Conozco tus obras: no eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! Por eso, porque eres tibio te vomitaré de mi boca». Libro de Apocalipsis 3:15-17.