Muchos estarían encantados si se celebraran elecciones cada seis meses, porque el tiempo previo es estupendo. Los políticos en el poder son más amables (bueno, Aznar es caso aparte), más accesibles e incluso se dejan besar por señoras y niños y abrazar por seguidores entusiastas, y los de la oposición se desmelenan ofreciendo promesas sin cuento y asegurando que esto será Jauja si les votamos. En la campaña ya iniciada, el PSOE ha arrancado como un vendaval y ha ganado el primer asalto gracias a la celeridad y contundencia con que ha presentado su programa, que en lo social parece fotocopiado del de la socialdemocracia sueca de los años sesenta del pasado siglo y en lo económico un remedo del liberalismo más cavernario. Mejor educación, igualdad de los ciudadanos, menos impuestos y una mayor justicia en el reparto de la riqueza son banderín de enganche. Entre tanto, los del PP andan adormilados y aguardan a que su megajefe diga la última palabra ante la medianía tranquila del sucesor. Los populares, cegados por la mayoría absoluta, acaban de darse cuenta de que la táctica de enfrentamiento y crispación de su líder protojubilado les va a impedir cualquier pacto y que pueden ser el partido más votado pero pasar directamente a la oposición. De aquí a mediados de marzo seremos bombardeados con centenares de promesas. A algunos sólo les interesa nuestro voto, pero tenemos que repetirles que democracia significa el gobierno del pueblo, para el pueblo y con el pueblo, como siempre debió de ser. Ingenuo que soy.

*Profesor de Universidad y escritor