Antes de que se procediera a votar la moción de censura que Podemos presentó contra Mariano Rajoy ya se sabía cuál iba a ser el resultado. Lo que nadie esperaba fue la contundente y brillante, en mi opinión, intervención de Irene Montero, elogiada hasta por algunos de sus más furibundos detractores. Dejando aparte la procaz intervención del portavoz del PP, un tal Hernando, los oradores se fajaron con vigor, en ocasiones de manera cruenta (a las palabras me refiero). Durante horas, el presidente del Gobierno tuvo que escuchar una y otra vez que presidía un partido corrupto, tramposo y organizado para delinquir. Todos los grupos de la oposición, que aglutinan a casi el 70% de los votantes, estuvieron de acuerdo en señalar al presidente Rajoy como, al menos, consentidor de la corrupción que ha podrido a buena parte de su partido y de algunas instituciones del Estado. Pero, pese a ello, pese a la unanimidad de la oposición en el diagnóstico, 170 diputados (todos los del PP, los de Ciudadanos y una canaria) rechazaron la moción de censura.

La norma por la que se rige una moción de censura en España obliga a que quien la presenta tenga que ofrecer un candidato alternativo. Ese era el señor Pablo Iglesias, líder de Podemos y, junto con Mariano Rajoy, el político peor valorado, según en las encuestas, de entre los más destacados.

No tengo la menor idea sobre si el resultado de la moción de censura, fracasada en términos legales y numéricos, ha servido para que Podemos gane o pierda votos, o para que Iglesias se consolide como posible alternativa, eso lo dirán las próximas elecciones, cuando las haya, porque las encuestas que se han publicado están tan manipuladas que ni siquiera merece la pena comentarlas.

Pero lo que sí han dejado claro esos dos días de debate parlamentario, salva sea la parte de la mala educación y la falta de respeto a su cargo y a su condición de muchos diputados y diputadas, que se comportan en su escaño como hinchas insensatos, es que hay una inmensa mayoría de representantes del pueblo español que considera que Mariano Rajoy ha amparado la corrupción, y que algunos miembros de su partido han saqueado las arcas públicas y se han aprovechado de su cargo para enriquecerse de manera delictiva.

Ciudadanos y Podemos se presentaron a las elecciones para, decían, llevar la decencia a las instituciones y erradicar la corrupción en la política. Pero andan a la gresca, más preocupados por ganar unos cuantos votos que por cumplir sus promesas. Ya les vale. H *Escritor e historiador