Dicen que el futuro es un presente que aún no llegó y que es imposible que nos depare sucesos que antes no hubiéramos conocido; según los aztecas el tiempo es circular, una especie de tiovivo en el que damos vueltas sobre un eje una y cientos de veces más sin desplazarnos del mismo sitio.

Resulta pues, que los días nuevos nacen de reciclar los viejos y que esa es la esencia de la contradictoria eternidad del tiempo: todos los días son el mismo día, algo así como un escenario cuyo telón de fondo cambia mientras el espacio permanece inmutable; puede que sea uno solo el amanecer que contemplamos cada veinticuatro horas y que viene de dar la vuelta al mundo. Cabe que nos parezca otro pero es el mismo del día anterior y del resto de los que discurrieron antes, aunque varíe de aspecto por mor de las nubes que también viajan mucho pero sin la puntualidad del tiempo porque las nubes son algo bohemias e imprevisibles, casi tanto como los partidos políticos.

Por eso y por otras causas "que recordar no quiero", pienso que el año que empieza no será exactamente un año nuevo, sino el mismo año que quizá podamos mejorar de contenido siempre que no nos hagamos ilusiones excesivamente ambiciosas; mejorar está en nuestras manos pero nuestras manos suelen ser algo ociosas y por supuesto, nada stajanovistas.

¿Qué habrá de nuevo en el año nuevo? Nosotros, quizá no, porque eso de la perfección exige un esfuerzo tan constante como horas tiene el día y fatiga a los más voluntariosos; ya se sabe que la persona humana es un ser desfalleciente.

Lo más probable es que sigamos siendo y salvando las distancias, igual que el sol, la luna, las estrellas y las macetas de nuestra terraza, aunque dispongamos de voluntad. Nada cambia porque sea año nuevo si no cambiamos nosotros a lo largo del ejercicio como dicen tan poéticamente financieros y contables.

Y sin embargo, hay fuerzas sociales unas e individuales otras que, si bien penosamente, van modificando el mundo, quiero decir, el contenido de ese día infinito que es el tiempo.

Es un alivio recordar que el día de ahora se parece poco, afortunadamente, al que padeció el hombre de las cavernas, nuestro sufrido y remoto ascendiente, atemorizado por las fieras y por acontecimientos catastróficos que suponía maldiciones divinas y a lo mejor, estaba en lo cierto.

Queda lejos también, aquel medievo hecho de resignación más que de monotonía y sublimado por una fe a la que no siempre acompañaba la calidad y la caridad de los señores. Ahora tampoco parece ir con nosotros el ambicioso espíritu del Renacimiento y para compensar la inapetencia de saber, al menos somos algo pacifistas y estamos lejos de aceptar que el porvenir de nuestra especie dependa de otra guillotina revolucionaria, la bárbara utopía que alguien quiere convertir ahora, en el fundamento constitucional de Europa.

Aunque las teorías filosóficas, políticas o religiosas parezcan agotadas, lo que prevalece hoy es un relativo progreso incluso moral, aunque con graves intermitencias. Esa situación entre el ser o el no ser, nos enseña que la Humanidad no salió de la infancia y que cabe que todavía necesitemos centenares de años para que al homo homini lupus le reemplace el homo homini agnus ; pasar de lobo a cordero "llevará su tiempo" como les decía el decano de una facultad universitaria a un tropel de estudiantes que allá por 1956, irrumpieron en su despacho exigiéndole la dimisión de Franco.

El futuro recaba de todos los que no estamos dispuestos a prodigar: mayor sentido moral y de sacrificio; asunción sincera de la democracia que requiere más igualdad sin que por ello sufra el cultivo casi forzosamente individual de la excelencia que, sin embargo, conlleva justas e inevitables desigualdades; aceptar cierto ten con ten entre los intereses mercantiles y los sociales, evitar que la globalización arramble con toda singularidad cultural.

Estimular la fraternidad que bien mirada, conlleva la existencia de un Padre común y así, hasta mil.

Se puede tener esperanza a condición de confiar más en el esfuerzo propio que en los ajenos, ardua tarea. Todos sabemos por experiencia que el futuro es obligatorio y que lo estamos haciendo o deshaciendo, incluso sin querer.

Aseguran que el futuro está por venir pero ya sentimos nostalgia de él, como si fuera pasado.