El momento exacto del cambio de hora se produjo cuando yo ya estaba durmiendo. Aunque mi historial de noctámbulo es largo, porque lo inicié en mi juventud. Por un lado, las horas nocturnas de estudio, por otro los encuentros con algún amigo que practicaba, como yo, la exploración libre de las pos-cenas.

Pero tendré que corregirme: más que noctámbulo yo era noctófilo, un amante de las horas liberadas de obligaciones.

Tengo que decir que no he conocido noches amargas, o tal vez es más cierto que alguna clase de instinto me las ha hecho olvidar. Porque la noche tiene para mí, como para otros cómplices, algún tipo de brujería, de desarraigo liberador. Los poetas más sentenciosos y dramáticos han hablado de la «negra noche». De acuerdo, una noche puede ser oscura, pero negra...

Quizá sí en un absoluto desierto, y sin estrellas. Yo he visto cientos de noches a lo largo de mis viajes a pie y nunca me he sentido agredido por una oscuridad. A veces, sin embargo, sí me ha herido la luminosidad.

Pero me he extraviado, ya me perdonarán, porque había empezado a hablar del tiempo, como consecuencia del cambio horario.

Yo siempre he sido noctámbulo. ¿Cuántos miles de páginas he escrito de noche? Cuando era joven escribía a menudo en un café que estaba cerca de casa. Ahora sigo yendo a dormir tarde y he conseguido mantener una buena relación con el paso del tiempo.

Es cierto que el señor Tiempo tiene conmigo bastante paciencia. «Mira el reloj, ¿no ves que ya es muy tarde?». El tiempo y yo somos dos amantes que pactan. «Ya basta, ¿verdad? No, un poco más».

Escribió Henri Bordeaux: «Si afinamos el oído podremos escuchar la caída de la nada en nuestros instantes». Tiene razón, pero yo no soy partidario de escuchar las verdades que desaniman.

Me gusta a veces tener la sensación de perder el tiempo. Es, para mí, un acto de libertad contra una dictadura.

*Escritor