El tiempo es el mejor antídoto contra la mentira, entendida como falsedad, embuste, certeza a medias, falacia piadosa o maniobra de dilación. Y vivimos estas semanas tiempos de verdad. Un momento histórico en el que los ciudadanos esperamos que la razón, la lógica y el sentido común se reúnan frente a imposiciones dogmáticas de nuestros gobernantes que a la larga no pueden demostrarse como ciertas. Viene esto a cuento de dos asuntos de especial relevancia como el trasvase del Ebro y la participación española en la guerra de Irak, que muestran un núcleo común pese a ser tan dispares en apariencia. En estos casos, el paso de los meses ha acabado por demostrar la debilidad de los argumentos del anterior Gobierno de José María Aznar para adoptar dos decisiones claramente equivocadas y obliga a sus sucesores a ser consecuentes.

Comenzando por lo más doméstico, el trasvase del Ebro, es evidente que al final se han impuesto los criterios de insostenibilidad de la obra defendidos por quienes siempre hemos cargado contra este proyecto faraónico y absurdo. Y esto ha sido así por dos cuestiones. De entrada, ninguna de las obras del Pacto del Agua prometidas para Aragón ha sido inaugurada desde que en septiembre del 2000 se filtrara el borrador de la ley trasvasista. Más al contrario, y debido a un entramado de situaciones cuyo análisis consumiría todo este artículo, los grandes proyectos aragoneses han avanzado a un ritmo cansino que contrastaba con las prisas de los Matas, Rodríguez y Fernández por avanzar en los trámites necesarios para desviar 1.050 hectómetros cúbicos anuales del Ebro a las cuencas mediterráneas. Y en segundo lugar, el contundente argumentario del decreto ley que el viernes paralizó el proyecto deja bien claro que la transferencia de caudales era absolutamente insostenible desde un múltiple punto de vista ambiental, técnico y económico.

Todo se puede rebatir, incluso el plan hidrológico alternativo planteado por Cristina Narbona, pero no hay duda de que el proyecto del anterior gobierno se caía por su propio peso. Ni contemplaba las correcciones ambientales exigidas por Europa en cuanto a caudal ecológico y mantenimiento del ecosistema, ni era realista desde el prisma de los costes de inversión y posterior repercusión a los usuarios ni contemplaba riesgos evidentes en la captación de fondos europeos. Así las cosas, la fragilidad del trasvase del Ebro, tantas veces denunciada desde esta comunidad autónoma y a través de estas mismas páginas, es tan obvia que resulta hilarante que aún se defienda como auténtico dogma por sus presuntos beneficiarios. Y digo presuntos para referirme a presidentes de comunidades autónomas que no contaban todos los datos a sus ciudadanos --casos del valenciano Camps y del murciano Valcárcel--, porque al fin y al cabo gran parte de la virtualidad política de esta obra provenía de los réditos electorales que iba deparando a esos líderes locales del PP en cada cita con las urnas.

Llegados a este punto, los promotores del trasvase, lejos de obstinarse en exigirlo en España y en Europa, como anunció Javier Arenas en la reciente campaña europea, deberían dar su brazo a torcer. Y reconocer, además, la debilidad del proyecto y la legitimidad política y técnica del nuevo Gobierno para derogarlo sin ambages.

Y algo parecido ocurre con la invasión de Irak por parte de los Estados Unidos con el triste seguidismo del anterior gobierno español. Tras conocer las primeras conclusiones de la comisión que investiga los atentados del 11-S en EEUU, que dejan claro que no pueden establecerse vínculos entre las células terroristas de Osama Bin Laden y el régimen de Sadam Husein, quien siga defendiendo el papel de España en esta crisis internacional es directamente un obsceno. Los millones de ciudadanos que clamaron por la paz y pidieron al Gobierno que se cerciorara mejor de los motivos últimos de George Bush para invadir el país árabe merecen una disculpa pública. Y deben saber que el nuevo Partido Popular dirigido por Mariano Rajoy entona el mea culpa y se distancia de un Aznar que ejerció de visionario servil más que de presidente del Gobierno ante la administración republicana estadounidense.

Ya decíamos la pasada semana que la guerra pasaba factura electoral a los gobiernos que secundaron al presidente norteamericano, pero más relevante aún es que esta sensación de engaño sea despejada cuanto antes. El país necesita una oposición fuerte, y sólo desde la ruptura con el pasado podrá ejercer su papel. Los buenos datos electorales del pasado domingo pueden ser un espejismo para un Partido Popular que podrá restañar sus heridas electorales pero cuya credibilidad depende en buena medida del reconocimiento del error.

El nuevo momento, esta etapa de búsqueda de la verdad, obliga también a todos los demás, y en especial al equipo del nuevo presidente Rodríguez Zapatero. Ojalá que a partir de ahora los votantes castiguemos siempre con severidad estos comportamientos, que nada tienen que ver con la ideología y sí con la dignidad política y ciudadana.

jarmengol@aragon.elperiodico.com