Los zaragozanos que adoran al Real Madrid o al Barcelona y que contemplan al Real Zaragoza con cierta simpatía infantil nos animan estos días para alcanzar el ascenso. Lo hacen sinceramente. Yo lo agradezco, pero su insistencia me hace sospechar. Creo que estos merengues y culés colonizados acumulan una frustración que dura siete años: ya no pueden ver en directo a sus ídolos y están preocupados porque pasa el tiempo y, si la agonía zaragocista se prolonga demasiado, es bastante probable que no vuelvan a admirar en La Romareda a Messi, Sergio Ramos, Piqué o Benzema. Y si no pueden viajar al Bernabéu o al Camp Nou, eso debe resultar durísimo. Que el equipo de la ciudad que los vio nacer permanezca siete o diez temporadas en Segunda les importa un bledo, pero no ver jamás a sus ídolos en vivo, no poder saludarlos ante el hotel de concentración… Imagino su sufrimiento.

Ignoro qué pasará de aquí a final de temporada. Doy por hecho que un equipo aragonés ascenderá. Pero si Huesca y Zaragoza logran el hito histórico de acompañar al Cádiz a Primera, pasando por el calvario de una promoción traumática, estaremos todos de enhorabuena. Incluso aquellos que odian el fútbol. Porque no existe tierra más rica que aquella que ve triunfar a sus músicos, empresarios, políticos, cineastas, científicos, médicos, ingenieros, escritores, agricultores, profesores, hosteleros o deportistas. No obstante, si ahora tuviera que elegir entre subir a la élite del fútbol o alcanzar el sueño de que la ciudad entera apoyara para siempre, sin condiciones ni colores ajenos, a su equipo, no sería tan traumático quedarse en Segunda un año más. La fidelidad a la tierra que nos parió es algo que no tiene precio.