La Tigresa ha fascinado siempre a los medios de comunicación porque era bella, no una de esas etarras hombrunas vestidas y peinadas de esa manera aberzale tan peculiar. La Tigresa tenía una melena larga y rizada, y unos ojos bonitos. Digo que tenía, porque no conocemos su aspecto actual. Ayer salió de prisión tras cumplir 23 años de condena, y lo hizo en moto y con el casco puesto. Poco le durará el anonimato, eso seguro. Ya habrá quien estará intentando captar su imagen para difundirla a los cuatro vientos. La Tigresa, además de guapa, fue retratada como una devoradora de hombres. Saber que había asesinado a 23 personas contribuía a cimentar esa imagen letal. Ahora que ha salido, los medios se llenan de titulares: «La Tigresa anda suelta». Y sale la portavoz de una Asociación de Víctimas del Terrorismo repitiendo que ni olvido, ni perdón. Antes de seguir sintiendo prevención por lo que nos espera sobre la Tigresa (Idoia, se llama Idoia) les recuerdo un par de cosas: la primera, ha cumplido su condena. Proporcional al daño que causó o no, eso es cosa de nuestro sistema judicial; además, ha pedido perdón «de corazón a todas las víctimas y familiares de esa actividad que asumo y de la que me arrepiento completamente»; por último, es de suponer que su intención es no volver a matar jamás. Dicho así, suena a que Idoia es una persona que está a cero con la sociedad. Cómo duerma por la noche es cosa suya, yo no soy quién para juzgarla. Piensen en ello cuando lean lo que estoy segura de que van a leer en los próximos días sobre la Tigresa.

*Periodista