África ha sido y sigue siendo uno de los continentes más hermosos de nuestro planeta y uno de los peores tratados del mundo; no voy a hacer historia porque no da lugar en este espacio pero me duele revivir la brutal colonización en la época del reinado de Leopoldo II de Bélgica y que hoy, a través de la nueva apertura de El África Museum de Tervuren, pone en evidencia el genocidio que este sádico y sibilino monarca erigió en el Congo, haciendo de este país su cortijo particular. Se calcula que murieron unos diez millones de personas en condiciones de esclavitud; su propósito estuvo claro: esquilmar sus recursos naturales y su cultura. Todo el tesoro conseguido lo tenía que exhibir al mundo y a sus súbditos, y qué mejor que construir un gran edificio versallesco: el Real Museo de África Central de Tervuren rodeado de espectaculares e inmensos jardines que fue adornando, con otra de sus barbaridades, con numerosos congoleños instalados a modo de zoológico humano. Después de algunas reformas, este museo vuelve a abrir sus puertas pero ocultando las obras que recuerdan aquel exterminio, dando a entender un mea culpa lleno de eufemismos que hacen sospechar que lo que realmente subyace es una rentabilidad política y económica y, aunque quieran borrar la oscuridad moral que produce con gestos grandilocuentes, las obras que se exhiben son fruto del expolio y vienen acompañadas de una gran tragedia humana y eso es difícil de olvidar. Por mucho que intenten esconder o reconvertir la llamada «misión civilizadora» que Leopoldo II proclamó cuando entró a saco en el Congo, si el Gobierno belga no repara su deuda con el Gobierno congoleño y el museo sigue exhibiendo el botín incautado, su lamentable historia permanecerá latente en el tiempo. H *Pintora y profesora