Quizá sea por el confinamiento, que me provoca una especie de erupción populista, demagógica e hipercrítica, pero tengo la impresión de que la mayoría de los principales dirigentes políticos son cualquier cosa menos ejemplares. Tampoco lo eran antes, aunque esta crisis acentúa sus carencias éticas, su hipocresía, su egoísmo, sus privilegios, su desprecio a las normas de convivencia y su nulo afecto hacia la gente.

Comenzó con esa falta de ejemplaridad Ortega Smith —mudo desde entonces, pese a ser tan dicharachero antaño— quien con evidentes signos de contagio y tras volver de Milán se pasó el 8 de marzo dando besos y abrazos a cientos de personas en un mitin político. Siguieron varios ministros, ministras y también muchos líderes de la oposición, acudiendo y alentando a participar en las manifestaciones de marzo. Anduvieron por la senda de la insensatez José María Aznar y Ana Botella —dos “excelsos patriotas”— quienes saltándose a la torera las instrucciones para que todo el mundo se quedara en su casa y no acudiera a la segunda residencia se marcharon tan campantes ellos a su chalet de Marbella y salieron a pasear por las calles de esa ciudad con perro y escoltas incluidos, como si las medidas para evitar el contagio no fueran con ellos. Siguieron el mismo camino Pedro Sánchez y Pablo Iglesias quienes, pese a convivir con parejas infectadas y siendo potenciales transmisores del virus, no guardaron la cuarentena obligada y se saltaron las normas básicas.

Y esta misma semana lo ha hecho Mariano Rajoy —otro insensato—, saliendo día sí día también a caminar con su peculiar estilo por las calles de Madrid. Cayetana Álvarez de Toledo, llena de prepotencia, respondía —confundiendo además una sentencia filosófica con un chiste sobre perros— a preguntas de periodistas sobre ese acto de Rajoy que aún “admiraba” más al inane paseante.

No son todos, pero sí los que tienen o han tenido más poder; los mismos que dan consejos que ellos no cumplen.

Su falta de ejemplaridad es aún si cabe más sangrante en sus privilegios económicos. Si fueran tipos ejemplares, verdaderos líderes a los que admirar y a los que emular, se comportarían con más decencia, compartirían las penas del pueblo que les paga sus altos salarios y se limitarían a cobrar un máximo de 3.000 euros mensuales, por ejemplo, del erario público mientras dure esta crisis.

Pero descuiden, no lo harán; seguirán con sus privilegios y sus insensateces, comportándose como lo que son, unos tipos privilegiados y nada ejemplares.