La sociología indica que todos merecemos una oportunidad; aunque dudo que el ególatra, el insolente, ese atrevido y descarado personaje, orgulloso y desvergonzado, que aparece, con excesiva frecuencia en nuestra actual estructura social, política y cultural, merezca, esa única oportunidad, y menos representar al pueblo o dirigir un gobierno. A semejantes personajes, jamás deberíamos darles determinadas responsabilidades con los votos democráticos. Es necesario reflexionar, sin pasión, sobre el espíritu humanista y constitucional que debería caracterizar a cualquier tipo de sociedad evolucionada, donde debe primar el análisis de lo adecuado y lo chapucero, antes de lanzar a los ciudadanos a la calle. Debemos exigirles a todos los llamados extremos o ultras respeto a todas las ideas y a los valores de la educación ciudadana, que obligue a reducir, cambiar o modificar ese excesivo amor a sí mismo, olvidando intencionadamente el respeto democrático a la ciudadanía dificultando nuevas oportunidades.

No es misión cómoda ni agradable, pero se puede entender como deber profesional de «enseñar al que no sabe». Educar es preparar maneras de comportamiento social, son normas de cortesía que permiten la convivencia en un ambiente determinado, es ejercitar los sentidos y la sensibilidad por el gusto.

Si el comportamiento de los «personajes» no hubiese sido correcto, otrora, no tan lejana, se le «sancionaba» con una «censura» o un «no apto por unanimidad». Hoy son ungidos como políticos parlamentarios, senadores o portavoces, con escasa experiencia laboral, empresarial o docente, aunque siempre dispuestos a manifestarse como los más clarividentes, si bien deficientemente preparados parcos en cultura, y difíciles de apear de la nube en la que les subió su desvarío y desde donde pretenden dominar sermoneando sin descanso. Jamás expresaron una opinión equilibrada, frecuentemente modificada, sin admitir razonamientos, negociaciones o consensos. Sin posibilidad de admitir que pueden estar equivocados, y que su vanidad les hizo casi aborrecibles.

La mayoría de estos personajes, hoy, ante una sociedad conformista de la posverdad se han impuesto, arrasan, ordenan, mandan, espectacularizando la convivencia social y la política bajo la bandera de la sociología pedagógica de la libertad igualitaria y antibiologica.

Surge una pregunta: ¿como bajarles los humos, para que disminuyan su exagerado ego?, sin humillarles, pero abatiendo su vanidad y altivez de tal forma que la advertencia no quede en agua de borrajas, sino en reflexión, discreción y ponderación.

Y así estamos, debemos encontrar a alguien que tenga la adecuada sensatez moral, ética y social, para dar un tirón de orejas, a aquellos presuntuosos políticos, extravagantes populistas, corrompidos independentistas, vanidosos, rufianes y corruptos, sin que califiquen como fascista o facha a todos los que no comulguen con sus ideas. La convivencia social y política se debe hacer mas respirable.

*Catedrático emérito. Universidad de

Zaragoza