Será por el influjo de esta era de las series de televisión que vivimos, pero es evidente que en política se confunde cada día más la realidad con la ficción. El pragmatismo con la ensoñación. Tanto, que hay quien está convencido de que se puede reescribir un desenlace aparentemente poco favorable para convertirlo en uno a medida, como si todo dependiera de un simple giro de guion. Pero no, una cosa es clamar en Change.org por una última temporada de Juego de tronos que de verdad esté a la altura del resto de la serie y otra muy distinta creerse, por poner un ejemplo, «legitimado» para ser presidente de Aragón teniendo 12 diputados de los 67 que acoge la Cámara de la Aljafería.

La expresión de pluralidad en las urnas no es más que la constatación de una sociedad compleja con múltiples focos de atención que requiere de representantes públicos, no de cabecillas embravecidos o aspirantes a líderes del pueblo. El trono de hierro no existe. La gobernabilidad no debería estar comprometida por personajes con ansia de poder desmesurada; necesita de mentalidades y actitudes que estén a la altura de lo que hay en juego, que acepten que los pactos son imprescindibles y que las cesiones no son traiciones sino la traducción del peso electoral y representativo que cada fuerza ha conseguido reunir democráticamente.

Es penoso que haya que repetirlo una y otra vez, pero la sociedad debería ser entendida como un conjunto, ocupar el centro del debate, no la que sufra las consecuencias de ese juego de filigranas y máximos de las élites de cada partido. La forma de negociar gobiernos que vemos estos días, y por tanto influencia y reparto de recursos públicos, denota que estamos ante una gran tarta en la que meter el cuchillo y no ante una responsabilidad compartida.

Con frecuencia, los políticos buscan su particular exorcismo de conciencia y evocan soluciones que limpien sus vergüenzas como el sistema a doble vuelta o aquella modificación en la LOREG que el PP presentó no hace ni un año para que gobernara la lista más votada (ahora ya no la mantienen por razones obvias). Lo malo es que abrir el melón de las reformas en la ley electoral puede servir para que se cuelen por ahí ideas y propuestas no deseadas por unos y por otros. O que, para colmo de miedos, sea esa la puerta por la que también se abran reformas constitucionales. Es decir, que nos lleve otra vez a todos a la casilla de salida. Esa que dice: Toca entenderse. *Periodista