La ansiada moderación de la subida de los precios de la vivienda es tan suave que cuesta trabajo percibirla, sobre todo porque la demanda, en respuesta a los astronómicos precios de la construcción nueva, se dirige a la de segunda mano, con lo que presiona la cotización de los pisos usados al alza. Los datos conocidos estos días permiten asegurar que, en el conjunto de este año, el incremento medio no se quedará en el 10% que había pronosticado un gran banco español.

Sin embargo, los dos estudios de mercado publicados hasta ahora --los de la Sociedad de Tasación y Tinsa-- apuntan a una esperanzadora desaceleración en la espiral de la construcción nueva. Los expertos confían en que la bajada de la presión sobre la vivienda sea paulatina, de manera que no desequilibre una actividad clave para nuestra economía. No hay que olvidar que el 83% de la riqueza de las familias es inmobiliaria y depende de la estabilidad del mercado. Y lo mismo se podría decir en relación a otros países europeos, como el Reino Unido, donde la burbuja inmobiliaria ha llegado a tales niveles que sus ciudadanos encuentran asequibles los disparatados precios de nuestras costas. De lo contrario, casi sería peor el remedio que la enfermedad.