Como publicaba libros, me decían los amigos: «Móntate un blog. ¿No escribes? Pues venga, ya estás tardando. Un blog es lo que se lleva ahora». Yo no lo veía nada claro, la verdad, y me daba una pereza horrible. Pero un buen día, sin ninguna razón aparente (hace ya once años, por cierto, lo abrí en diciembre de 2008), me planté y me dije: «Vale, me monto un blog». Y publiqué mi primera entrada. Mi idea era colgar relatos, fotos, reseñas; anunciar los cuentacuentos, las presentaciones… En fin, darme un poco de publicidad gratuita, que buena falta me hacía. Llamé al blog: Roberto Malo. Luego me comentaron que no quedaba serio poner mi nombre, que tenía que tener un título. Yo estimé que si iba a hablar básicamente de mí, era mejor ponerle mi nombre; así la gente no se llevaba a engaño. Lo cierto es que lo pillé con ganas y descubrí que no suponía mucho esfuerzo el actualizarlo regularmente. Siempre he sido muy disciplinado. Por otra parte, no faltaban las noticias que dar, eventos de los que informar… Recuerdo que recibía montones de comentarios, y los respondía todos, por supuesto. Uno es un caballero. Al ser bastante visitado me ofrecieron meter publicidad en mi blog, para así ganarme un dinerillo, y yo decliné la oferta, porque la publicidad comería espacios de mi hermoso blog y no luciría tan bonito. Uno es un idiota. Años después me dijeron los amigos: «Abre cuenta en Facebook, que es lo que se lleva ahora». «En Twitter». «En Instagram, que hay que estar». Y estoy, pero en el fondo estas redes sociales las veo como excusas para que a través de ellas caigan en mi blog, el formato estrella. Y ahí sigo, actualizándolo casi a diario, es un monstruo insaciable. Todo lo que publico (esta columna mismo) es como una extensión de mi blog.

*Escritor y cuentacuentos