Entre el «todo fluye» de Heráclito y el «conócete a ti mismo» del Oráculo de Delfos, hay un pensamiento intermedio que nos permite seguir fluyendo sin extrañarnos demasiado una buena mañana ante nuestra imagen reflejada en el espejo. Por darle un nombre no demasiado complicado, podríamos llamarlo «todo caduca».

Lo que en otro tiempo nos pareció divertidísimo, ahora nos aburre. Lo que otrora era nuestra razón para existir, ahora carece casi de sentido. Las ilusiones de antaño, nos dan risa de repente. El libro que nos abrió la mente en la juventud nos parece banal a los cincuenta y tantos. Los valores que un día nos parecieron indiscutibles…

Sospechándolo, un amigo lleva décadas haciendo la prueba de leer cada uno o dos años un libro que en su momento le pareció iluminador y hasta cambió su vida. Su tesis era que si el libro seguía produciéndole el mismo o parecido efecto, él no habría cambiado tanto y no tenía que hacer grandes esfuerzos para seguir reconociéndose a sí mismo. Era una especie de prueba del nueve, que hasta anteayer le había ido funcionando.

Sin embargo, vaya usted a saber si por la fatiga electoral, por la edad, que no perdona, o por todo junto, este año mi amigo no ha podido ni siquiera terminar con la lectura de su libro de cabecera. Ahora mismo, mi amigo tiene ante sí dos faenas: buscarse otro libro y volver a la dura tarea de conocerse a sí mismo.

Cuando me confesó lo ocurrido, intenté tranquilizarle. Influido por la moda de la autoayuda, llegué a sugerirle que podía escribir su propio libro o que tal vez le convenía un largo viaje. Ante su negativa a coger la pluma o el avión, intenté cambiar de tema y le pregunté si pensaba seguir votando al mismo partido al que viene siendo fiel desde que le conozco.

Lo pensó un poco, pidió otro par de cervezas y al final me dijo muy en secreto y con una sonrisa entre alcohólica y socarrona: «todo caduca».

Antes de ir a votar el domingo, sobre todo si ya tienen cierta edad, les sugiero que hagan alguna prueba análoga a la de mi amigo: lean aquel libro que les iluminó, vuelvan a ver aquella película que les fascinó o simplemente hablen con sus parientes más próximos. Después de hacerlo, obsérvense, vean qué ocurre en su interior, intenten dilucidar si han cambiado o si siguen siendo fieles a lo que eran o fueron. Tal vez entonces estén preparados para decidir su voto. Por si les sirve de algo, ahí va una pequeña guía:

En las locales y autonómicas, pregúntese si sabe algo del candidato al que pensaba votar. Investigue sobre sus actividades previas a la condición de político, si las hay; sobre su formación, si es adecuada; sobre su experiencia profesional, si es mínimamente relevante; sobre su honestidad, si ha sido puesta en cuestión con fundamento.

Si tiene la sensación de que el candidato al que pensaba votar se esconde detrás del líder nacional de su partido, desconfíe de ambos, seguramente es porque ni su partido ni él mismo quieren que usted les conozca realmente. Piense que su candidato, además de ser un candidato es un vecino, su vecino. Más que lo que su partido promete hacer, pregúntese qué puede hacer por su comunidad ese vecino-candidato que está a punto de pedirle un préstamo que piensa devolverle en los próximos cuatro años. Si no tiene respuestas claras o no le satisfacen, no le vote, así de claro, vote a otro que le convenza más o no vote o vote en blanco o meta un chiste en la urna.

En las europeas, además de asegurarse de que el partido al que vota no es antieuropeo, haga básicamente lo mismo que en las locales. Seguramente, en este caso, el candidato no sea su vecino, sino alguien lejano, ajeno a su vida cotidiana; pero que si se decide a hacer un viaje para reencontrarse a sí mismo, tal vez se lo encuentre en la sala de espera de un aeropuerto o en una oscura calle de una ciudad desconocida y entonces ese candidato será el compatriota que esté en condiciones de sacarle de un apuro.

En definitiva, olvide todo lo que ha oído en las tertulias y borre de su memoria los programas electorales. Intente decidir si a ese candidato al que pensaba votar le confiaría su íntima impresión de que «todo caduca», incluso la confianza que usted tenía en su partido. Si es así, vótele sin dudarlo ni un momento. Si no, cambie de libro.

*Escritor